15/10 - Luciano el Mártir de Antioquía


Nació Luciano nació en Samósata de Siria, en una familia cristiana que le enseñó la fe y el amor a las letras. A los 12 años quedó huérfano y Luciano dejó sus bienes a los pobres y se unió al presbítero Macario, en Edesa. Este presbítero continuó formándole en la fe y la Sagrada Escritura. A una fecha incierta, pero cerca de los 15 años fue ordenado presbítero. Uno de los aportes principales de Luciano fue la apertura de su escuela antioquena para la traducción, estudio y predicación de las Escrituras. Él tradujo las copias existentes en hebreo al griego. Y con tanta erudición y acierto, que fueron las usadas posteriormente por San Jerónimo (30 de septiembre y 9 de mayo, traslación de las reliquias) en su famosa traducción de "La Vulgata".


La polémica rodea su figura por alguna tendencia subordinacionista en su teología trinitaria. El subordinacionismo planteaba que Cristo, aunque Dios, en algún grado tenía una realidad algo inferior y subordinada al Padre. Y el Espíritu Santo, lo mismo en cuanto a Cristo. Es una postura herética y en consonancia con el arrianismo, pero que él en realidad no compartió, sino que permaneció católico. El problema fue posterior, porque fue Arrio uno de sus discípulos, y muchos de sus otros alumnos tomaron partido por el arrianismo. Por ello San Alejandro de Alejandría (26 de febrero) y San Epifanio (12 de mayo) considerarían a Luciano el verdadero padre del arrianismo, movidos por lo que los mismos arrianos decían, que en Luciano hallaban su maestro. Pero el gran martillo de los arrianos, San Atanasio (2 de mayo), le exonera de semejante "paternidad" y nunca le llama hereje, ni le cita como autor de tal herejía. Tampoco lo hará San Juan Crisóstomo, sino todo lo contrario, como más adelante leeréis. Ciertamente estuvo Luciano excluido de la comunión con la Iglesia, pero por la condena y deposición del herético Patriarca de Antioquía Pablo de Samósata, cuyos seguidores le condenaron a su vez a Luciano. Pero hecha la paz, en 285 volvió a la comunión eclesial.


En la persecusión de Maximiano, Luciano fue escondido por algunos de sus discípulos, pero un presbítero hereje sabeliano delató su escondite y el santo fue arrestado y llevado a Nicomedia, donde fue sometido a la tortura del potro, dislocándole los huesos para que renunciase a Cristo. Al mismo tiempo le laceraban la espalda y los costados. Al ver que no se lograba nada con el tormento, le arrojaron a una celda, colmado de dolores. Estuvo allí 14 días padeciendo de hambre, aunque para tentarle le pusieron comida de la ofrecida a los dioses, que ni osó mirar. Al acercarse la solemne fiesta de la Epifanía del Señor manifestó a sus hermanos de cautiverio cuanto le gustaría celebrar y recibir la Eucaristía. Era difícil, pues ni siquiera podía ponerse en pie, ni había altar. Pero Luciano les dijo: "Mi pecho será la mesa, que creo que no será menos estimado de Dios que uno de material inanimado. Y vosotros seréis el templo santo, estando a mi alrededor". Y allí, sobre el pecho del mártir de Cristo, se celebró la Eucaristía, con los símbolos sagrados de pan y vino. Pronunciaron la acción de gracias y fueron fortificados con el Pan de los Ángeles.


El 7 de enero fueron los soldados enviados por Maximiano, para ver si todavía vivía y arrancarle una confesión de apostasía. Pero Luciano les dijo varias veces "yo soy cristiano", y murió dulcemente, en el año 312. El cuerpo fue arrojado al mar, pero 15 días después algunos discípulos suyos le hallaron en la playa. Por un error con una leyenda parecida, se forjó su propia leyenda de que un delfín había sacado el cuerpo del agua, pero en las versiones antiguas no hallamos semejante dato, sino hasta la versión de San Simeón Metafraste (27 de septiembre y 28 de noviembre, Iglesias Griegas).


San Jerónimo le menciona con emoción y San Juan Crisóstomo le dedicó un bello panegírico celebrando su memoria el 7 de enero de 387, del que extraemos unos fragmentos:


"Quien recibe a un profeta en nombre del profeta recibirá el premio del profeta; y el que recibe al justo en nombre del justo, recibirá el pago del justo, así el que recibe al mártir en nombre del mártir, recibirá el premio del mártir. Y recibir al mártir es acudir a la conmemoración del mártir, es participar en la narración de sus combates, es alabar sus hechos, imitar sus virtudes, comunicar con otros la valentía de él. Estos son los regalos de huéspedes que hacen los mártires: ¡eso es recibir a estos santos, como vosotros lo habéis hecho en este día!


Ayer nuestro Señor fue bautizado con agua, hoy su siervo es bautizado con sangre; ayer se abrieron las. puertas de los cielos, hoy las puertas del infierno han sido conculcadas. Y no os admiréis de que yo haya llamado bautismo al martirio, porque también aquí revolotea el Espíritu Santo con grande abundancia, y hay perdón de los pecados, y se obra una purificación admirable e increíble en el alma. A la manera que los bautizados se lavan con el agua, así los mártires con su propia sangre. Como sucedió también en este mártir. (…)


Cuando el demonio malvado observó que el mártir no se entregaba, ni a pesar de tan grande apretura y estrechez, llevó la prueba a un mayor extremo. Porque, habiendo tomado de las carnes ofrecidas a los ídolos, y habiendo colmado de ellas una mesa, procuró que la pusieran delante de los ojos del mártir, a fin de que la facilidad del manjar ya preparado y a la mano, disipara la firmeza de su fervor. Porque no se nos coge de la misma manera cuando no están a la vista los alicientes, como cuando están delante de los ojos. Del mismo modo que cualquiera sin duda vencería con mayor facilidad la concupiscencia de las mujeres no mirando a una mujer de bellas formas, que fijando constantemente en ella sus miradas. Pero aquel varón justo venció también en esta emboscada; y aquello que el demonio había creído que vencería su varonil firmeza, eso precisamente la acució más y la urgió para la batalla. Porque no solamente no recibió daño alguno de la vista de las carnes ofrecidas a los ídolos, sino que con mayor fuerza aún las apartó y las aborreció.


Una vez que el malvado demonio vio que nada adelantaba, lleva de nuevo al mártir al tribunal y lo sujeta a tormento y lo acosa con preguntas continuadas. Pero él, a cada una de sus persuasiones respondía solamente: '¡Soy cristiano!' Y como el verdugo le instara: '¿De qué patria eres?', respondió: '¡Soy cristiano'. Le preguntó de nuevo: '¿Qué arte ejerces?' Y él le contestó: '¡Soy cristiano!' '¿Cuáles son tus antepasados?' Y a todo respondía: '¡Soy cristiano!' Y con solas estas sencillas palabras quebrantaba la cabeza del demonio y le causaba heridas que se sucedían unas a otras. Y eso que el mártir había sido educado en las disciplinas seculares. Pero sabía perfectamente que en semejantes certámenes, no es útil la retórica, sino que lo necesario es la fe. No hay necesidad de agudos argumentos sino de un alma amante de Dios. '¡Basta - decía - con una sola palabra, para poner en fuga a toda una falange de demonios!'


A quienes no examinan cuidadosamente, les parecerá esta contestación algo inconsecuente. Pero si alguno clava en ella su pensamiento, por ella misma conocerá la prudencia del mártir. Porque quien dice: '¡Soy cristiano!', con eso ha manifestado ya su patria, su linaje, su profesión y todo. ¿Cómo? ¡Yo lo voy a declarar! Porque el cristiano no tiene ciudad sobre la tierra, sino que su ciudad es la Jerusalén de allá arriba. Porque aquella Jerusalén que está allá arriba, dice el apóstol, es libre y ella es nuestra madre. El cristiano no tiene profesión de arte alguna terrena, sino que pertenece a la conversación de allá arriba, porque nuestra conversación, dice el apóstol, está en los cielos. El cristiano tiene por parientes y conciudadanos a todos los santos. Porque somos, dice el mismo apóstol, conciudadanos y domésticos de Dios. Así pues, el mártir con sola aquella palabra declaró quién era y de dónde y de quiénes y qué solía practicar, con toda exactitud. Y con esa palabra en los labios terminó su vida, y se marchó llevando a salvo el depósito de la fe en Cristo, y dejó a los postreros una exhortación con sus sufrimientos, a fin de que se mantengan firmes, y nada teman sino el ir a negar a Cristo y caer en pecado.


Por nuestra parte, una vez que hemos conocido tales cosas, en el tiempo de la paz preparémonos para la guerra; a fin de que cuando sobrevenga la guerra también nosotros levantemos un brillante trofeo. Despreció aquél el hambre, despreciemos nosotros el placer y destruyamos la tiranía del vientre, a fin de que si acaso sobreviene alguna ocasión que exija de nosotros firmeza, aparezcamos resplandecientes en el momento de la lucha, por habernos ejercitado previamente en las cosas pequeñas. Delante de los reyes y príncipes usó aquél de toda franqueza, hagámoslo también ahora nosotros; y si acaso nos encontráremos sentados en las reuniones de los varones ilustres y de los helenos abundantes en riquezas, confesemos ahí con toda franqueza nuestra fe y despreciemos los errores de ellos. Y si intentaren engrandecer y ponderarnos sus cosas y empequeñecer y deshacer las nuestras, no callemos, no llevemos el apocamiento hasta eso, sino que, descubriendo con grande sabiduría y franqueza de palabra sus prácticas vergonzosas, alabemos las de los cristianos. Y a la manera que el emperador ostenta en la cabeza su corona, así nosotros llevemos por todas partes la confesión de nuestra fe. Porque no le adorna tanto a él su corona en la cabeza, como a nosotros la confesión de nuestra fe".


De la actividad literaria de Luciano quedan pocos restos. Jerónimo menciona su recensión de los manuscritos de la Biblia (su principal obra), tal como hacen Suidas y Simeón Metafrastes, aludiendo Jerónimo también a sus tratados sobre la fe y sus cartas, a lo que hay que añadir su defensa preservada por Rufino. Un fragmento de una carta se conserva en Chronicon Paschale (p. 277, edición de Ducange), donde se describe el martirio del obispo Antimo. La apología de Luciano (Rufino, edición de Cacciari, i. 616) revela la posición cristológica de su autor, postulando que 'hay un Dios, revelado a nosotros a través de Cristo e inspirado en nuestros corazones por el Espíritu Santo'. La importancia de Cristo se restringe a su oficio como maestro y legislador, quien dio a la humanidad un ejemplo de paciencia por su encarnación y muerte. Apenas han sobrevivido unas huellas de los escritos de Luciano sobre la fe, aunque pueden ser la base de la declaración de Epifanio de que Luciano y sus seguidores afirmaron que Cristo tenía solo un cuerpo humano, pero no un alma humana, atribuyendo todas las emociones humanas al Logos, para que el Hijo fuera inferior al Padre, doctrina cardinal en su sistema. El credo adoptado por los obispos reunidos en Antioquía en 341 lo atribuyen algunos escritores de la Iglesia antigua a Luciano, así como por los sínodos semi-arrianos de Seleucia (350) y Caria (367), pero esto puede significar, como mucho, que poco más de esa parte de sus doctrinas fueron aceptadas, con muchas interpolaciones y adiciones. Según Jerónimo, la versión de Luciano de la Septuaginta fue aceptada desde Constantinopla a Antioquía, pero variaba ampliamente del texto actual. De la recensión del Nuevo Testamento, Jerónimo habla en términos de desaprobación, siendo prohibido su uso por el Decretum Gelasianum. Se supuso antiguamente que en el Nuevo Testamento, Luciano se adhirió estrechamente a la Peshitta, pero parece desaconsejable trazar una relación entre su obra y cualquier familia de manuscritos. Prácticamente nada se sabe sobre los tratados exegéticos, aunque es probable que escribiera sobre hermenéutica.


LECTURAS


2 Tim 1,8-18: Hijo Timoteo, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos, la cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio. De este Evangelio fui constituido heraldo, apóstol y maestro. Esta es la razón por la que padezco tales cosas, pero no me avergüenzo, porque sé de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para velar por mi depósito hasta aquel día. Ten por modelo las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros. Ya sabes que todos los de Asia me volvieron la espalda, entre ellos Figelo y Hermógenes. Que el Señor tenga misericordia de la casa de Onesíforo, porque me reconfortó muchas veces y no se avergonzó de mis cadenas; antes bien, en cuanto llegó a Roma, me buscó con ahínco y me encontró. Que el Señor le conceda hallar misericordia de parte del Señor en aquel día. Tú conoces mejor que yo los buenos servicios que prestó en Éfeso.



Fuente: catholic.net / Iglesia Pueblo Nuevo / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española