16/10 - Longino el Centurión


Soldado romano convertido en mártir cristiano, cuyo supuesto verdadero nombre era Cayo Casio Longino. Falleció en Cesarea (Capadocia) hacia el año 28 de nuestra era. Según la tradición cristiana, Longino fue el centurión romano cuya lanza atravesó el costado derecho de Jesucristo cuando éste se encontraba en la cruz. Según la tradición, era de Lanciano (ciudad que se encuentra a 45 kilómetros de Pescara, Italia). 


Siguiendo las órdenes de Pilatos, San Longino junto con sus soldados al mando, estuvo al pie de la cruz de Jesús. Se dice que este soldado padecía una infección terrible en los ojos que le estaba cegando la visión, y que en el momento que traspasa el costado de Jesús con una lanza, brota de la herida agua y sangre que cae sobre el rostro de San Longino y lo sana instantáneamente.


Poco antes había escuchado la entrega de Jesús al Padre y la oración por sus verdugos. A la profesión de fe de Longino le ayudaron los fenómenos físicos que acompañaron a la muerte del Redentor; vio la preparatoria negrura del cielo, sintió el terremoto que hizo saltar las piedras en pedazos, contempló el firmamento abierto por los rayos. Algo más tarde le llegó el rumor que iba y venía afirmando que habían resucitado muertos y que se habían dejado ver por Jerusalén. A él le tocó cumplir con su trabajo de ratificar la muerte de los ajusticiados y por ello metió su lanza en el costado de aquel hombre que sabía ya muerto, mientras sus hombres quebraban las piernas de los otros compañeros de suplicio que aún estaban vivos.


Asimismo cuenta la narración que, exhalado el último aliento de Jesucristo, la naturaleza se convulsionó con una serie de fenómenos naturales, que llevaron a que San Mateo en 27:54 comentara: “El centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, cuando vieron el terremoto y las cosas que sucedían, se asustaron mucho, y dijeron: En verdad éste era Hijo de Dios”.


Luego de los eventos en el Gólgota San Longino jugaría un papel muy importante ayudando a establecer la veracidad de la Resurrección de Cristo luego de que los sacerdotes Judíos, que habían ordenado la muerte del Santo Redentor, sobornaran a algunos soldados para que divulgasen la historia de que los discípulos del Salvador habían robado su cuerpo aprovechando la oscuridad de la noche con el fin crear una historia. Sin embargo San Longino arruinó su taimado plan. Negándose a aceptar cualquier soborno insistió en decir al mundo la verdadera historia de cómo el cuerpo de Cristo había alcanzado la gloria de la Resurrección. Luego de entender que el soldado Romano no quería ser parte de su conspiración y menos recibir un soborno, los Judíos decidieron optar por sus tácticas habituales: asesinar a sangre fría al centurión y con él la verdad de su historia. Pero el soldado era un hombre valiente e íntegro – y tan pronto como se enteró de esta nueva conspiración se despojó de sus ropajes militares, pidió ser bautizado con otros compañeros soldados y se dirigió rápidamente hacia Capadocia donde pasó muchas horas en oración devota y ayunos rigurosos.


Como respuesta a la atractiva piedad del antiguo centurión, muchos paganos de la región se convirtieron al Evangelio y recibieron el Bautismo. Por un tiempo San Longino vivió libremente entre ellos para luego regresar a vivir con su padre. Pero los judíos no habían terminado con él, y sus mentiras provocaron que Poncio Pilatos, gobernador de Judea bajo el reinado del Emperador César Tiberio,  promulgara una orden draconiana a sus tropas: Encuentren a ese centurión renegado y decapítenlo inmediatamente. 


Sin embargo una vez más el ingenioso San Longino se anticipó a este plan que atentaba contra su vida. Dirigiéndose rápidamente hacia el camino, saludó a sus adversarios como si fueran sus amigos. Sin dejarles saber su identidad los invitó a su casa donde los alimentó pródigamente. Cuando ellos se durmieron aprovechó el tiempo para prepararse para su propia ejecución rezando durante toda la noche y vistiendo ropas funerarias de un color blanco inmaculado. Al aproximarse el amanecer les indicó a sus fieles compañeros que lo entierren en la cima de una colina cercana.


La escena ya estaba lista. Moviéndose rápidamente, el mártir se aproximó a los soldados que se estaban despertando y les reveló su verdadera identidad: -“Yo soy Longino, el hombre que ustedes buscan.” Sorprendidos y mortificados por la honestidad de su anfitrión los Romanos se encontraban sin saber qué hacer – ¿cómo podrían decapitar a un hombre de carácter tan noble? Sin embargo a pesar de que protestaron contra el mandato de la ejecución, este generoso soldado insistió en que debían de cumplir con la orden de terminar con su vida.  Al final San Longino y dos de sus compañeros soldados, que habían estado junto con él al pie de la cruz, fueron llevados a Jerusalén y decapitados, con lo cual se cumplió el destino del centurión como mártir de Cristo. 


Embargados por la tristeza de la tragedia que habían tenido que cometer por órdenes del gobernador, el pelotón de ejecución llevó la cabeza de Longino ante Pilato, quien la envió inmediatamente a los judíos. Ellos la arrojaron sobre un montón de estiércol a las afueras de Jerusalén.


El poder de estas tradiciones puede ser visto en otra historia que ha persistido a través del tiempo. De acuerdo a esa narrativa, una mujer ciega que estaba visitando Jerusalén para rezar en sus santuarios tuvo un misterioso sueño en el que se le apareció San Longino y le dijo donde podría encontrar su cabeza, la cual ella debería enterrar. La mujer ciega obedeció inmediatamente y encontró a una persona que la llevó hacia el cerrillo de estiércol. Ahí localizó la cabeza del santo y la transportó reverentemente hacia su tierra natal de Capadocia en donde fue enterrada.


Otra versión cuenta que, cuando Longino fue llevado ante el gobernador, este le pidió que se arrepintiera y que volviera a someterse a los ídolos romanos. Tomó un hacha y los redujo a fragmentos y de ellos salieron demonios que se apoderaron del mandatario y sus ayudantes. Cuando comenzaron a lanzar gemidos, Longino le dijo que sólo con su muerte se curarían. San Longino, fuerte en su fe cristiana se negó a rendirse ante dioses paganos, por lo que recibió el castigo del gobernador, quien mandó a que a golpes, le quebrasen todos los dientes y le cortaran la lengua. Por tal hecho, San Longino fue condenado a la decapitación. Tan pronto fue ejecutado el santo, el gobernador mostró su arrepentimiento por lo que había hecho y cambió su vida, yse abocó a las obras de bien.


Como se ve, la tradición y los primeros cristianos no sólo perdonaron a Longino el haber crucificado a Jesús y haberlo herido con la lanza, sino que lo llevaron a los altares por su testimonio y martirio.


Toda la historia en torno a su persona parece que tiene su origen en los relatos de Simeón Metafrastes. Describen a este excepcional testigo de la crucifixión como un hombre terriblemente impresionado por la fortaleza y serenidad del Señor ante el terrible suplicio de la cruz, por más que fuera por oficio un hombre acostumbrado a ver las distintas reacciones de sus semejantes ante la muerte próxima y cierta. Supo reconocer en Jesús lo excepcional de su personalidad.


Hay varios lugares donde se cree que está la lanza de Longino. A finales del siglo VI fue venerada en Jerusalén una Lanza que supuestamente perforó el cuerpo de Nuestro Salvador, y la presencia de esta importante reliquia está atestiguada ya desde un siglo antes por Casiodoro y posteriormente por Gregorio de Tours.


En el año 615, Jerusalén fue tomada por un teniente del rey persa Cosroes. Las sagradas reliquias de la Pasión cayeron en manos de los paganos, y la punta de la Lanza, que estaba partida, fue donada el mismo año a Nicetas, quien la llevó a Constantinopla y la depositó en la iglesia de Santa Sofía.


La reliquia de Constantinopla cayó en manos de los turcos y en 1492, bajo circunstancias minuciosamente descritas en «Historia de los Papas», de Pastor, el Sultán Bajazet la envió a Inocencio VIII para ganarse sus favores en el asunto de su hermano Zizim, prisionero del papa.


Desde entonces, esta reliquia nunca abandonó Roma, donde se conserva bajo la cúpula de San Pedro. Benedicto XIV declaró que París tenía la parte inferior de la reliquia de la lanza (ya que estaba dividida en dos) y que estaba en posesión  del rey francés Luis IX, que la mantuvo en la Sainte-Chapelle y que fue destruida durante la Revolución Francesa.


Luego está otro relato del descubrimiento de la Santa Lanza en Antioquía gracias a la revelación de San Andrés en 1098, durante la Primera Cruzada. Según hagiógrafos y muchas otras autoridades, se creyó que la Lanza encontrada en Constantinopla cayó en manos de los turcos y fue posteriormente enviada por Bajazet al Papa Inocencio, pero, según algunas investigaciones, parece probarse que se trate de la misma reliquia preservada hoy celosamente en Etchmiadzím, en Armenia.


Otra Lanza que dice ser la que produjo la herida en el costado de Cristo se guarda entre las insignias imperiales en Viena, y es conocida como la Lanza de San Mauricio. Esta arma fue utilizada desde 1273 en la ceremonia de coronación del llamado «Emperador de Occidente», y desde hace tiempo forma parte del emblema de la investidura. En 1424 fue a parar a Núremberg y probablemente se trate de la Lanza conocida como la del Emperador Constantino, quien engarzó un clavo o una porción de un clavo de la Crucifixión.


Otra última lanza supuestamente perteneciente a la Pasión de Cristo se conserva en Cracovia, pero, aunque se alega que ha permanecido allí durante ocho siglos, es del todo imposible reconstruir su historia.


LECTURAS


2 Tim 2,1-10: Hijo mío, Timoteo, hazte fuerte en la gracia de Cristo Jesús, y lo que has oído de mí, a través de muchos testigos, esto mismo confíalo a hombres fieles, capaces, a su vez, de enseñar a otros. Toma parte en los padecimientos como buen soldado de Cristo Jesús. Nadie, mientras sirve en el ejército, se enreda en las normales ocupaciones de la vida; así agrada al que lo alistó en sus filas. Tampoco el atleta recibe la corona si no lucha conforme a las reglas. El labrador que se afana con fatiga tiene que ser el primero en participar de los frutos. Reflexiona lo que digo, pues el Señor te dará inteligencia para que lo comprendas todo. Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según mi evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús.


Mt 27,33-54: En aquel tiempo, cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban, y meneando la cabeza, decían: «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: “Soy Hijo de Dios”». De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente: Elí, Elí, lemá sabaqtaní (es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron: «Está llamando a Elías». Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: «Verdaderamente este era Hijo de Dios».



Fuente: Aciprensa / https://laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / oracionyliturgia / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española