18/10 - Lucas el Evangelista


Autor del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles. Se ignoran los detalles de su biografía, si bien la tradición indica que nació en Siria y que fue discípulo de San Pablo, quien se refiere a él como su ayudante e iluminador. De sus obras se infiere que acompañó a San Pablo a lo largo de toda su vida, que dedicó a la enseñanza y a la predicación. Se le atribuye la autoría del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles, obras que en realidad conforman un mismo libro.


La prosa de San Lucas, muy rica, denota una alta formación académica y es, sin duda alguna, la más literaria de los autores del Nuevo Testamento. Escrito en griego, su evangelio relata la predicación y los hechos de Jesús de Nazaret, aunque afirma que no fue testigo de sus obras; por ello, y también por el estilo y vocabulario utilizado, la crítica suele fechar sus escritos alrededor del año 70 d.C. Patrón de pintores y de médicos, puesto que la tradición lo describe como amigo de artistas y con conocimientos de medicina, la Iglesia lo conmemora el 18 de octubre.


Biografía


Son escasos los datos que se conocen acerca de San Lucas. Contra la tradición, que lo supone oriundo de Antioquía (Siria), parece haber nacido en la ciudad de Filipos, o al menos en Macedonia; los pasajes donde habla en primera persona se refieren, precisamente, a acontecimientos de estos lugares, por él mejor conocidos que los restantes. El nombre de Lucas, seguramente abreviación de Lucano o Lucio, puede ser el de un liberto entregado al estudio.


Las primeras referencias a su persona están contenidas en las epístolas de San Pablo, en las que se le cita como «colaborador» y como «querido médico». En los Hechos de los Apóstoles, San Lucas habla de sí mismo usando el plural «nosotros». En ese mismo libro aparece acompañando a San Pablo en su segunda misión, en el viaje que éste hizo de Troas a Filipos. Después de permanecer en aquella ciudad por espacio de unos seis años, volvió a acompañar a San Pablo en un viaje a Jerusalén, y nuevamente cuando aquél fue conducido prisionero a Roma. En la víspera de su martirio, San Pablo recordó que «sólo Lucas está conmigo» (II Timoteo 4:11).


La tradición lo considera médico de profesión. Su símbolo como evangelista es el toro.


El propio San Lucas se excluye a sí mismo de las personas que fueron testigos directos de Cristo. Interesado por la verdad histórica, San Lucas reprodujo en su Evangelio aquello que había oído directamente a los apóstoles y discípulos de Jesús: «... según nos lo transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y luego servidores de la palabra, también yo, después de haber investigado con exactitud todos esos sucesos desde su origen, me he determinado a escribírtelos ordenadamente...» (Lucas 1:2-2).


El Evangelio de San Lucas es el más extenso de los Evangelios y también es el de expresión y composición literaria más culta y elegante, debido a la preparación cultural de su autor, aunque éste huye del lenguaje clásico para hacerlo más comprensible al pueblo, acomodándose al lenguaje común. Aunque no fue testigo de todos los acontecimientos, su relato es exacto y está lleno de afecto y sentimiento. Después de una breve introducción, Lucas inicia su relato con el nacimiento y los primeros años de la vida de Jesucristo, y lo finaliza con la ascensión de Cristo a los cielos, enlazándolo de esta forma con el versículo inicial de los Hechos de los Apóstoles, obra imprescindible para el conocimiento del cristianismo primitivo.


El evangelista de la Misericordia


Es posible percibir la característica más original del Evangelio de Lucas gracias a los seis milagros y a las dieciocho parábolas que no se encuentran en los demás Evangelios. Vemos una atención particular hacia los pobres, las víctimas de injusticias, los pecadores arrepentidos y acogidos dentro de la misericordia y el perdón de Dios: es él quien narra de Lázaro y el rico Epulón, es él quien habla del Hijo pródigo y el Padre misericordioso que lo recibe con los brazos abiertos, es él quien refiere de la pecadora perdonada que lava los pies de Jesús con sus lágrimas y los seca con sus cabellos, es él quien cita las palabras de María en el “Magnificat” cuando dice que Dios “derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada”. (Lc 1, 52-53).


Al lado de María


La relación particular con la Santa Madre de Dios es otra de las características principales del Evangelio de Lucas. Gracias a él, presuntamente por el testimonio directo que le hizo María, conocemos las palabras de la Anunciación, de la visita a Isabel y del “Magnificat”, gracias a él conocemos detalles de la Presentación en el Templo y el retrato preciso de la angustia de María y José, que no consiguen encontrar a su hijo de doce años. Se debe probablemente a esta sensibilidad narrativa, descriptiva y también iconográfica, la idea de que Lucas era pintor: una tradición muy antigua muestra a San Lucas como el iconógrafo que habría escrito el conocido retrato de la Virgen María. Esta tradición se basa en himnos de la Iglesia bizantina.


Según los historiadores bizantinos y el documento imperial ("bula de oro") expedido al Monasterio de la Gran Cueva ("Mega Spileon") en Calabrita del Peloponeso en Grecia, el Apóstol Lucas escribió su Evangelio en esta cueva quince años después de la Ascensión de Cristo. Muchos creen que el Teófilo a quien se dirige el Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles fue el gobernador de esta región de Acaya. Aquí también el apóstol Lucas celebró la Divina Liturgia en un altar de piedra y dejó una imagen de la Virgen María que hizo de cera, masilla y otras sustancias. Este ícono Sagrado fue descubierto aquí por revelación divina en el siglo IV por una joven pastora llamada Eufrosina de Gálata y dos hermanos de Tesalónica llamados Simeón y Teodoro establecieron allí un monasterio. Aunque el monasterio fue arrasado por el fuego cuatro veces (en 840, en 1400, en 1640 y en 1934), el Icono Sagrado se salvó. El Monasterio de hoy, que es una impresionante estructura de ocho pisos, es  admirable y contiene muchas reliquias sagradas, entre las cuales se encuentra el milagroso Icono Sagrado.


Las noticias sobre su muerte son inciertas: algunas fuentes hablan de su martirio, mientras que otras dicen que vivió hasta una edad avanzada. Simeón el Traductor dice que desde Roma Lucas viajó a Occidente, cruzó Libia y llegó a Egipto. Allí habría sido consagrado Obispo en la región de la Tebaida, donde más tarde habría muerto. Otros escritores y padres de la Iglesia dicen que murió en Tebas de Beocia (San Máximo Margunio), mientras que San Gregorio el Teólogo argumenta que fue martirizado. San Isidoro de Sevilla escribe que murió a la edad de 74 años y San Nicéforo Cálistos, a los 80 años. En todo caso, la tradición más antigua narra que murió en Beocia, a los 84 años después de haberse establecido en Grecia para escribir su Evangelio.


LECTURAS


En Vísperas


1 Pe 1,3-9: Hermanos, bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final. Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas. 


1 Pe 1,13-19: Queridos míos, ceñid los lomos de vuestra mente y, manteniéndoos sobrios, confiad plenamente en la gracia que se os dará en la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis a las aspiraciones que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. Al contrario, lo mismo que es santo el que os llamó, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta, porque está escrito: Seréis santos, porque yo soy santo. Y puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, la de Cristo.


1 Pe 2,11-24: Queridos míos, como a extranjeros y peregrinos, os hago una llamada a que os apartéis de esos bajos deseos que combaten contra el alma. Que vuestra conducta entre los gentiles sea buena, para que, cuando os calumnien como si fuerais malhechores, fijándose en vuestras buenas obras, den gloria a Dios el día de su venida. Someteos por causa del Señor a toda criatura humana, lo mismo al rey, como soberano, que a los gobernadores, que son como enviados por él para castigo de los malhechores y aprobación, en cambio, de los que hacen el bien. Porque esa es la voluntad de Dios: que haciendo el bien tapéis la boca a la estupidez de los hombres ignorantes. Como personas libres, es decir, no usando la libertad como tapadera para el mal, sino como siervos de Dios, mostrad estima hacia todos, amad a la comunidad fraternal, temed a Dios, mostrad estima hacia el rey. Que los criados estén, con todo temor, a disposición de los amos, no solo de los buenos y comprensivos, sino también de los retorcidos. Pues eso es realmente una gracia: que, por consideración a Dios, se soporte el dolor de sufrir injustamente. Porque ¿qué mérito tiene que aguantéis cuando os pegan por portaros mal? En cambio, que aguantéis cuando sufrís por hacer el bien, eso es una gracia de parte de Dios. Pues para esto habéis sido llamados, porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia.


En Maitines


Lc 24,12-35: En aquel tiempo, Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose, ve solo los lienzos. Y se volvió a su casa, admirándose de lo sucedido. Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.


En la Liturgia


Col 4,5-11;14-18: Hermanos, con los de fuera, proceded con tacto, aprovechando las ocasiones. Vuestra conversación sea siempre agradable, con su pizca de sal, sabiendo cómo tratar a cada uno. De todo lo que a mí se refiere, os informará Tíquico, hermano querido, servidor fiel y compañero en el servicio del Señor. Os lo mando precisamente para eso, para que sepáis de nosotros y os dé ánimos. Con él va Onésimo, fiel y querido hermano, que es uno de los vuestros. Ellos os pondrán al corriente de todo lo de aquí. Os saluda Aristarco, que está preso conmigo, y Marcos, el primo de Bernabé. Ya tenéis instrucciones sobre él: en caso de que vaya a visitaros, recibidlo. Y también Jesús, por sobrenombre Justo. Estos son los únicos judíos que trabajan conmigo por el reino de Dios, y han sido un alivio para mí. Os saludan Lucas, el querido médico, y Demas. Saludad a los hermanos de Laodicea, a Ninfa y a la Iglesia que se reúne en su casa. Cuando hayáis leído vosotros esta carta, haced que se lea también en la Iglesia de Laodicea, y la de allí, leedla también vosotros. Decid a Arquipo que considere el ministerio que recibió del Señor, y que lo cumpla. El saludo, de mi mano: Pablo. Acordaos de que estoy en la cárcel. La gracia esté con vosotros.


Lc 10,16-21: Dijo el Señor a sus discípulos: «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado». Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les dijo: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo». En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien».



Fuente: biografíasyvidas.com / news.va / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española