Los siete santos jóvenes de Éfeso: Maximiliano, Jamblico, Martiniano, Juan, Dionisio, Exacustodiano (Constantino) y Antonino, vivieron en el siglo III. San Maximiliano era el hijo del administrador de la ciudad de Éfeso, y los otros seis jóvenes eran hijos de ciudadanos ilustres de Éfeso. Los jóvenes eran amigos desde la infancia, y todos realizaron juntos su servicio militar.
Cuando el emperador Decio (249-251) llegó a Éfeso, ordenó a todos los ciudadanos ofrecer sacrificios a los dioses paganos. La tortura y la muerte esperaba a cualquiera que desobedeciera. Los siete jóvenes fueron denunciados por informadores, y fueron convocados para responder a los cargos. Cuando comparecieron ante el emperador, los jóvenes confesaron su fe en Cristo.
Así, fueron desprovistos de sus galones militares y de sus insignias. Decio les permitió salir en libertad, esperando, sin embargo, que cambiaran sus mentes mientras estaban en campaña militar. Los jóvenes huyeron de la ciudad y se ocultaron en una cueva del Monte Oclón, donde pasaron su tiempo en oración, preparándose para el martirio.
El más joven de ellos, San Jamblico, se vistió como un mendigo y fue a la ciudad a comprar pan. En una de sus incursiones a la ciudad, escuchó que el emperador había vuelto y que los buscaban. San Maximiliano instó a sus compañeros a salir de la cueva y presentarse para el juicio.
Sabiendo dónde estaban escondidos los jóvenes, el emperador ordenó que la entrada de la cueva fuera sellada con piedras para que los santos perecieran de hambre y de sed. Dos de los dignatarios que bloquearon la entrara eran cristianos en secreto. Deseando preservar la memoria de los santos, pusieron en la cueva un recipiente sellado que contenía dos placas de metal. En ellas escribieron los nombres de los siete jóvenes y los detalles de su sufrimiento y muerte.
El Señor dispuso a los jóvenes en un sueño milagroso que duró casi dos siglos. Mientras tanto, las persecuciones contra los cristianos cesaron. Durante el reinado del emperador Teodosio el Joven (408-450) había herejes que negaban que habrá una resurrección general de los muertos en la Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo. Algunos de ellos decían: “¿Cómo puede haber una resurrección de los muertos cuando no habrá ni alma ni cuerpo, ya que están desintegrados?”. Otros afirmaban: “Solo las almas tendrán una resurrección, ya que es imposible que los cuerpos se levanten y vivan tras los mil años, cuando incluso el polvo no permanece”. Por lo tanto, el Señor reveló el misterio de la Resurrección de entre los muertos y la vida futura por medio de sus siete santos.
El propietario de la tierra en la que estaba situado el monte Oclón, descubrió la construcción de piedra, y sus trabajadores abrieron la entrada a la cueva. El Señor guardó vivos a los jóvenes, y se despertaron de su sueño, sin darse cuenta de que habían pasado casi doscientos años. Sus cuerpos y sus vestiduras estaban completamente intactos.
Preparándose para aceptar la tortura, los jóvenes pidieron de nuevo a San Jamblico que comprara pan para ellos en la ciudad. Yendo hacia la ciudad, el joven se asombró de ver una cruz en las puertas. Escuchando el nombre de Jesucristo expresado libremente, empezó a dudar de que se hubiera acercado a su propia ciudad.
Cuando fue a pagar el pan, Jamblico dio al comerciante monedas con la imagen del emperador Decio en ellas. Fue detenido, acusado de estar ocultando grandes cantidades de dinero antiguo. Condujeron a San Jamblico al administrador de la ciudad, que también era el obispo de Éfeso. Al escuchar las desconcertantes respuestas del joven, el obispo entendió que Dios estaba revelando una especie de misterio por medio de él, y junto con otra gente fueron a la cueva.
Al entrar en la cueva, el obispo encontró el recipiente sellado y lo abrió. Leyó lo que estaba escrito en las placas metálicas, los nombres de los siete jóvenes y los detalles del sellado de la cueva por mandato del emperador Decio. Entrando en la cueva y viendo a los santos vivos, todos se regocijaron y se dieron cuenta de que el Señor, despertándolos de su largo sueño, estaba demostrando a la Iglesia el misterio de la Resurrección de entre los muertos.
De nuevo, el emperador mismo llegó a Éfeso y habló con los jóvenes en la cueva. Entonces, los santos jóvenes, a la vista de todos, pusieron de nuevo sus cabezas en el suelo y se quedaron nuevamente dormidos, esta vez esperando la Resurrección general.
El emperador quiso poner a cada uno de los jóvenes en un ataúd adornado con joyas, pero los jóvenes se les aparecieron en un sueño y le dijeron que sus cuerpos debían permanecer en el suelo de la cueva. En el siglo XII, el hegúmeno y peregrino ruso Daniel vio las santas reliquias de los siete jóvenes en la cueva.
Según el menologio griego de 1870 dice que primeramente durmieron el 4 de agosto y se despertaron el 22 de octubre.
Hay una oración de los Siete Jóvenes de Éfeso en el Gran Eucologio para aquellos que están enfermos y no pueden dormir. Los siete jóvenes también son mencionados en el oficio del día de la Indición, o día del año nuevo eclesiástico, el 1 de septiembre.
Fuente: cristoesortodoxo.com