III Domingo de Lucas


El texto del evangelio nos enseña una vez más que si alguien quiere saber la verdad en cuanto al Dios verdadero, este conocimiento ha de venir de Jesús. Esto es lo que Jesús dice en cuanto a sí mismo cuando proclama: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al padre conoce alguno sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.” Como Cristianos  que conocemos a Jesús, no tenemos ninguna dificultad en aceptar estas palabras como perfectamente justas y perfectamente correctas. De todos los que hayan vivido en este mundo, el único con las cualidades para decirnos la verdad en cuanto a Dios es Jesucristo. Él conoce como es Dios realmente porque él mismo  es el Dios omnisciente. En el primer capítulo del evangelio el apóstol Juan dice acerca de Jesús: “A Dios nadie le vio jamás; el Unigénito Hijo, que está en el seno del padre, él le ha dado a conocer”. (Juan 1:18). Pero tenemos que decir más que eso en cuanto a Jesús: que tiene las cualidades necesarias para darnos más información que cualquier otro hombre sobre Dios. Jesús no dice que su religión es mejor que la religión X.  No. Él dice mucho más.  Dice que su religión es la única que vale tener. Proclama ser el único quien puede realmente darnos un conocimiento verdadero de Dios, porque él dice: “Ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo.”


Alguien nos podría preguntar cómo podemos creer eso y todavía creer que podemos aprender la verdad acerca de Dios de nuestros padres o sacerdotes o aún de la Biblia. Eso no es un problema para aquellos que conocen el Nuevo Testamento. Antes de dejar este mundo, Jesús dijo a sus discípulos, a quienes Él mismo había instruido, que fueran por todo el mundo y enseñaran a todos los hombres lo que Él les había enseñado a ellos. Y sus discípulos, la iglesia, todavía están haciendo eso. Esto es lo que Jesús quiso decir cuando dice en nuestro texto: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y a quien el Hijo lo quiera revelar”. En palabras muy sencillas, el Señor Jesús dice aquí: “Yo conozco cosas en cuanto Dios que nadie más en este mundo sabe.  Lo que es más, si alguien en este mundo quiere saber la verdad en cuanto a Dios, tendrá que venir a mí para recibirla”. 


Y Jesús tiene razón: escuchemos la voz de su Iglesia y no la de muchos falsos profetas que hoy invaden el mundo con falsas creencias en cuanto Dios. Jesús tiene razón cuando nos dice que escuchemos la voz de sus discípulos. En conclusión, no hay un movimiento creado por hombres y que se precie de ser una religión iluminada que pretenda revelarnos asuntos en cuanto Dios. Sólo su Iglesia es la depositaria de la revelación que Jesús Dejó a los hombres, una revelación para creerla y vivirla. La sabiduría de Jesús está contenida en el depósito apostólico de su Iglesia.


Jesús no solamente reclama tener un conocimiento divino. También reclama ser capaz de otorgar bendiciones divinas. ¿Se puede usted imaginar a un hombre común parado frente a un grupo de personas diciendo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar?” (Mateo 11:28).


Jesús en verdad proclama algo muy singular. Ofrece descanso a todos aquellos que vienen a Él. No hay excepciones. Todos los que trabajan y están cargados recibirán su descanso si vienen a Él. Y el descanso que Jesús promete no es algún alivio provisional de nuestros dolores y problemas terrenales. De hecho, Jesús dijo a sus seguidores que si quisieran seguirle, tendrían que aprender a cargar sus cruces en este mundo. Les dijo que tendrían que soportar persecuciones por su lealtad a él y su Santa iglesia.


Jesús se refiere a esto en nuestro texto cuando dice: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí.” No promete a los hombres una libertad sin límites y sin restricciones. Les ofrece un yugo para llevar. Pone un peso sobre ellos. Pero promete que que descubrirán que su yugo es fácil y su carga ligera, porque luego dice: “y hallaréis descanso para vuestras almas.”


Cuando los hombres vengan a su Iglesia y reciban de ella el conocimiento de Dios revelado. Cuando crean estas cosas como la verdad divina que son, entonces descubrirán una y otra vez cuánta razón tenía Jesús cuando dijo que su yugo es fácil y ligera su carga, porque entonces experimentarán  la deliciosa verdad de sus palabras cuando sientan descanso para sus almas.


Aquellos que creen lo que Jesús nos ha dicho en cuanto a Dios sabrán que la carga más pesada y más horrible que podamos llevar es la carga de nuestros pecados, que pesa sobre nuestras conciencias, la cual nos dice que algún día Dios nos castigará eternamente por nuestro fracaso en no obedecer sus palabras. Esta parte la recalco mucho en mis escritos. El hombre cometió tres grandes males por su infidelidad al amor paternal que Dios manifestó en el huerto del Edén. Primero, ofendió a un ser infinitamente justo, a su mismo Creador, y  así llegó a ser reo de condenación eterna; segundo, infectó todo su ser creado para el bien con el pecado, y tercero, oscureció su mente, su voluntad tergiversando en él la imagen de Dios. Este execrable mal en el hombre, produjo consecuencias desastrosas para su propia naturaleza y su propio entorno.


Por lo tanto, para salvar al hombre de todos estos males y de este estado calamitoso, para reunificarlo con Dios y volver a bendecirlo era necesario para el pecador satisfacer la justicia de Dios ofendido por su desobediencia y consiguiente caída en el pecado, no porque Dios buscara la venganza, sino porque el hombre no tiene forma de reconciliarse con Dios por sus propios méritos. Sin cumplirse esta condición, el hombre permanecería para siempre ante la justicia de Dios como un hijo de ira lo mismo que los demás (Efesios 2:3), hijo de maldición (Gálatas 3:10), y la unión con Dios no podría darse.


Había que destruir el pecado en el hombre y corregir su mente para restaurar en él la imagen de Dios. ¿Cómo podrían arreglarse las cosas? Sólo Dios podía hacerlo. Para satisfacer la justicia de Dios ofendida por el pecado, se requirió de un sacrificio propiciatorio infinitamente grande, tan grande como el insulto que se infligió a Dios, puesto que los hombres están infectados por el pecado.  


Dios encontró la forma de restaurar al hombre. La segunda persona de la Trinidad tomó sobre sí los pecados de todos los hombres satisfaciendo así la justicia eterna  y recrear así al mundo.


En la palabra de Dios, esta gran obra está representada bajo la imagen de la alianza entre Dios padre y Dios Hijo, quien entrando al mundo le habló al Padre: “entonces dije: he aquí vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en mi corazón”. (Salmo 40:7-8); y “por lo cual, entrando en el mundo dice: sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: he aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad.” (Hebreos 10: 6-7). San Juan Damasceno dice de Cristo: “se hizo hombre para que los vencidos triunfaran, el Todopoderoso pudo sacar al hombre del poder del verdugo  por su poder omnipotente; ahora el verdugo no podrá gloriarse en que derrotó al hombre, pues sufrió el poder de Dios. Por lo tanto, el Dios Misericordioso y humano, deseando revelarse al hombre caído como vencedor, se ha hecho hombre para restaurar la semejanza con Dios.”


Por lo anterior, Jesús  puede decir en nuestro texto: “venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Aun el pavor de la muerte y el infierno, el cual parece tan inaguantable a tantos que rehúsan enfrentarlo, viene a ser algo ligero cuando podemos decir en fe: “aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tu estarás conmigo.” (Salmo 24: 4).


Todas estas bendiciones divinas están ligadas a los misterios del santo Bautismo y la Comunión. Cuando acudimos a ellos, todas las otras cargas nos parecen ligeras cuando encontramos el descanso para el alma que Jesús promete a aquellos que acuden a estos santos misterios. Todas las tristezas de esta vida y todas nuestras pérdidas son más fáciles de llevar cuando creemos que Jesús obra por estos santos misterios. Toda experiencia amarga de esta vida solamente será otra evidencia de su gracia para con nosotros cuando creemos la palabra que dice: "porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo aquel que recibe por hijo” (Hebreos 12:6).


Estoy seguro que todos podrían dar ejemplos de sus propias vidas cuando en un momento de terrible angustia un sacerdote u otro cristiano o aun un versículo de la biblia les dio consuelo y dulce descanso.  Mientras más aprendamos de Dios por medio de Jesús, quien es el único que nos puede enseñar las cosas de Dios, más confianza tendremos en aquellas cosas que Él nos ha dicho en cuanto a Dios, y sus palaras serán verdaderas en nuestra propia vida: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”.  Que Dios conceda este descanso del alma a cada uno de nosotros por el amor de Jesús para con nosotros los hombres. Amén.


Gabriel Álvarez David


LECTURAS


2 Cor 9,6-11: Hermanos, el que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará. Cada uno dé como le dicte su corazón: no a disgusto ni a la fuerza, pues Dios ama al que da con alegría. Y Dios tiene poder para colmaros de toda clase de dones, de modo que, teniendo lo suficiente siempre y en todo, os sobre para toda clase de obras buenas. Como está escrito: Repartió abundantemente a los pobres, su justicia permanece eternamente. El que proporciona semilla al que siembra y pan para comer proporcionará y multiplicará vuestra semilla y aumentará los frutos de vuestra justicia. Siempre seréis ricos para toda largueza, la cual, por medio de nosotros, suscitará acción de gracias a Dios.


Lc 7,11-16: En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo».



Fuente: Facebook / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Adaptación propia