Flp 1,12-20: Hermanos, quiero que sepáis que mi situación personal ha favorecido más bien el avance del Evangelio, pues la gente del pretorio y todos los demás ven claro que estoy preso por Cristo. De este modo la mayoría de los hermanos, alentados por mis cadenas a confiar en el Señor, se atreven mucho más a anunciar sin miedo la Palabra. Algunos anuncian a Cristo por envidia y rivalidad; otros, en cambio, lo hacen con buena intención; estos porque me quieren y saben que me han encargado de defender el Evangelio; aquellos proclaman a Cristo por rivalidad, con intenciones torcidas, pensando hacer más penosas mis cadenas. ¿Qué más da? Al fin y al cabo, de la manera que sea, con hipocresía o con sinceridad, se anuncia a Cristo, y yo me alegro, y seguiré alegrándome. Porque sé que esto será para mi bien gracias a vuestras oraciones y a la ayuda del Espíritu de Jesucristo. Lo espero con impaciencia.
Lc 8,22-25: En aquel tiempo, subió Jesús a una barca junto con sus discípulos y les dijo: «Vamos a cruzar a la otra orilla del lago»; y se hicieron a la mar. Mientras iban navegando, se quedó dormido. E irrumpió sobre el lago un torbellino de viento, se hundían y estaban en peligro. Entonces se acercan a él y le despiertan diciendo: «Maestro, Maestro, ¡que perecemos!». Y él, despertándose, conminó al viento y al oleaje del agua, que se apaciguaron, y sobrevino la calma. Y les dijo: «¿Dónde está vuestra fe?». Ellos, por su parte, llenos de temor y admiración, se decían unos a otros: «¿Pues quién es este que da órdenes incluso al viento y al agua y lo obedecen?».
Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española