VII Domingo de Lucas


En el pasaje del Evangelio que leemos hoy, Jairo se acercó a Jesús, se arrodilló ante Él y le pidió que se apurara en ir a su casa porque su hija estaba por morir. Sin embargo, el Señor se atrasó a causa de la mujer hemorroísa, y no llegó sino después de la muerte de la niña, cuando ya no hacía falta molestar al Maestro. Tanto la fe del padre de la niña como las acciones del Señor para con ella suscitaron la burla de todo el mundo.


En la actitud de Jairo hay un atrevimiento que desafía y no acepta lo inamovible, además de esperar hasta el final y aún más allá de este final. Esta profunda fe y esperanza tan extrañas están basadas en la palabra de Jesús a Jairo: “No temas; cree solamente”. Y la fe de la hemorroísa no era poca. Ella no se rindió a su realidad; pese a que había gastado toda su hacienda desde hacía doce años en médicos sin conseguir sanarse de su flujo de sangre, sin embargo mantenía una esperanza en su fuero interno que el Señor había encendido.


En la presencia del Señor, es imposible rendirse a la realidad o a la lógica. La presencia del Señor nos da la fuerza para desafiar nuestra realidad, cuando esta no nos satisface, incluso si el desafiarla está por encima de todo el orden natural o lógico. Aquel que acepta su realidad como un “destino” escrito para él por las circunstancias, este no entró todavía en la corriente de los santos quienes se arriesgaron por encima de lo supuesto o inamovible.


A nivel social, la mujer hemorroísa estaba marginada, mientras que a nivel religioso era rechazada. Todos estos obstáculos exigían de ella resignación y la empujaban a aceptar su situación, absteniéndose de hacer cualquier solicitud o tener alguna esperanza. Sin embargo, el desafío de la fe en Jesús no reconoce tales obstáculos ni se rinde ante tales circunstancias. He aquí Jairo a quien le comunican que su hija había muerto: el Señor respondió que no tuviera miedo. ¿Cuándo interfiere la gracia divina? Interfiere cuando la fe se arriesga y permanece firme en su actitud. ¿Cuál es la diferencia entre la lógica de la razón y la lógica de la fe? La lógica de la razón se basa en el hecho de que el hombre está solo, mientras que la lógica de la fe se base en el hecho de que el hombre no está solo, sino que el Señor está a su lado. Por supuesto, la lógica de la fe no es irracional, sino que es una adopción no sólo de lo que sabe nuestra razón, es decir es adopción de lo que podría ser que Jesús quisiera. Sabemos cuáles son los límites de la razón y los aceptamos, pero sabemos que el Señor tiene caminos en base a los cuales mantenemos nuestra esperanza. Y ¿cómo diferenciar entre la racionalidad y la lógica de la fe? El límite es “arriesgarse”, es decir tener fe en la palabra de Jesús: “No temas”, y no en la conclusión racional: “Está muerta”.


La fe no es contraria a la lógica, tampoco se detiene en sus límites ni acepta las meras consideraciones religiosas o sociales. La presencia de Jesús en medio de nosotros incentiva en nosotros una esperanza que va más allá de lo existente y de lo que debe ser. Jesús nos hace pensar no en lo que es posible humanamente, sino en lo que es esperado en la fe.


La respuesta de Jesús ante el riesgo humano de tener fe no sería escasa. ¿Cuál es la respuesta divina al riesgo de la fe? La respuesta es conocida; Dios no quiere la muerte del pecador, sino que vuelva y viva, y que todo bueno proviene de lo Alto, del Padre de las luces. La respuesta de la gracia es la del amor puro. Por ello, Jesús dijo a Jairo: “No temas; cree solamente”. Pues todas las cosas son posibles en Cristo que nos fortalece.


En la fe, trascendemos las limitaciones y las suposiciones, y entregamos todo al conocimiento de Dios y su amor. La fe no es desafiar hechos y cosas visibles, sino que es esperanza en Cristo en las cosas invisibles. El cristiano no se limita a pedir sólo lo que es posible sino que reza por lo que es bueno y que Dios quiere, aunque no es a menudo posible lógicamente. Y la voluntad divina obra cuando el ser humano se arriesga y tiene fe.


“No temas; cree solamente”. Amén.


Monseñor Pablo Yazigi, Arzobispo de Alepo


LECTURAS


Gál 2,16-20: Hermanos, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley. Pues por las obras de la ley no será justificado nadie. Ahora bien, si buscando ser justificados en Cristo, resultamos también nosotros pecadores, ¿entonces qué?, ¿será Cristo un servidor del pecado? Ni mucho menos; pues si vuelvo a construir lo que había demolido, demuestro que soy un trasgresor. Pues yo he muerto a la ley por medio de la ley, con el fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.


Lc 8,41-56: En aquel tiempo, llegó un hombre, llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y echándose a los pies de Jesús le rogaba que entrase en su casa, pues tenía una hija única, de unos doce años, que se estaba muriendo. Cuando caminaba con él, la gente lo apretujaba. Entonces una mujer que desde hacía doce años sufría flujos de sangre y que había gastado en médicos todos sus recursos sin que ninguno pudiera curarla, acercándose por detrás, tocó el borde de su manto y, al instante, cesó el flujo de sangre. Y dijo Jesús: «¿Quién es el que me ha tocado?». Como todos lo negaban, dijo Pedro: «Maestro, la gente te está apretujando y estrujando». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, pues he sentido que una fuerza ha salido de mí». Viendo la mujer que no había podido pasar inadvertida, se acercó temblorosa y, postrándose a sus pies, contó ante todo el pueblo la causa por la que le había tocado y cómo había sido curada al instante. Pero Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz». Estaba todavía hablando, cuando llega uno de casa del jefe de la sinagoga diciendo: «Tu hija ha muerto, no molestes más al Maestro». Pero Jesús, oído esto, le respondió: «No temas, basta que creas y se salvará». Al llegar a la casa, no dejó entrar con él más que a Pedro, Santiago y Juan y al padre de la niña y la madre. Todos lloraban y hacían duelo por ella, pero él dijo: «No lloréis, porque no ha muerto, sino que está dormida». Y se reían de él, sabiendo que había muerto. Pero él, tomándola de la mano, dijo en voz alta: «Niña, levántate». Y retornó su espíritu y se levantó al instante. Y ordenó que le dieran de comer. Sus padres quedaron atónitos, pero Jesús les ordenó que no dijeran a nadie lo sucedido.



Fuente: iglesiaortodoxa.cl / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española