El santo Andrés, el primer apóstol llamado por Cristo, fue hijo de un hebreo de nombre Jonás y hermano del preeminente santo apóstol Pedro; y nació en el pueblo galileo de Betsaida. Desdeñando la vanidad de este mundo y prefiriendo la castidad al matrimonio, renunció a casarse; y habiendo oído que el santo Precursor Juan predicaba el arrepentimiento por el Jordán, abandonó todo y se fue con él para convertirse en su discípulo. Cuando el santo Precursor, señalando a Jesús que estaba ahí pasando, le dijo: "He ahí el Cordero de Dios" (Juan 1:36), San Andrés, junto a otro discípulo del Precursor (de quien muchos piensan que se trata del evangelista Juan), abandonó al Bautista para seguir a Cristo. Buscó a su hermano Simón Pedro y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías" (que traducido, es el Cristo, verso 41), y lo llevó donde Jesús. Después, cuando estaba pescando con Pedro a lo largo de la costa del mar de Galilea, y Jesús los llamó, diciendo: "Seguidme, y os haré pescadores de hombres" (Mateo 4:19), Andrés dejo inmediatamente sus redes y siguió a Cristo junto con su hermano Pedro (verso 20). A Andrés se lo conoce como el Primer Llamado porque fue el primer seguidor y discípulo de Jesús antes que cualquiera de los apóstoles.
Cuando, después de la pasión voluntaria del Señor y su resurrección, el santo Andrés, con los demás apóstoles, recibió el Espíritu Santo, quien descendió en él en forma de una lengua de fuego, y cuando entre ellos se dividieron los países, a Andrés le tocó difundir el Evangelio en Bitinia, Propontis, Calcedón, Bizancio, Tracia, Macedonia, en toda la región del Mar Negro y el río Danubio, así como en Tesalia, Helas, Acaya, Amiso, Trapezo, Heracles y Amastris. El santo apóstol pasó por todas estas tierras y ciudades, predicando la fe cristiana, debiendo en cada lugar pasar por muchas aflicciones y dolor; pero, fortalecido por la omnipotente ayuda de Dios, soportó alegremente todas estas tribulaciones por Cristo.
En Amiso, ciudad al oriente del Mar Negro y a unas 76 millas de Sinope, el apóstol encontró a muchos judíos que estaban sumidos en la ignorancia espiritual y la impiedad. No obstante esto, la gente de ese lugar se sentía complacida en ofrecer su hospitalidad, recibiendo a todos los viajeros foráneos en su ciudad y sus hogares y dándoles lo necesario mientras podían. Así, cuando el santo Andrés llegó a Amiso, lo acogió cierto judío en su casa. Entonces el santo le hizo saber sobre cómo convertiría allí a una gran cantidad de personas.
A la mañana siguiente, el apóstol fue a la sinagoga de los judíos, donde le preguntaron directamente quién era, por qué había venido donde ellos, y qué era lo que predicaba. El santo Andrés, les habló sobre las enseñanzas de Jesús, y de Moisés y los profetas, y les demostró que Jesús era el Mesías predicho por los profetas y les señaló que Él venía a salvar a la humanidad. Entonces, ¡Oh milagro! Se cumplió la palabra de Cristo, quien dijo: "Os haré pescadores de hombres" (Mateo 4:19). Los judíos escucharon con atención las palabras y la enseñanza del apóstol de Cristo e inmediatamente se arrepintieron, creyeron y se bautizaron, convirtiéndose en siervos de nuestro Señor. Después, llevaron donde el apóstol a todos sus enfermos, a quienes él sanó de todas las enfermedades que los afligían. Así, el santo apóstol no solamente era médico de cuerpos, sino que también de almas. En ese lugar edificó una iglesia y ordenó a uno de ellos al sacerdocio.
De Amiso, se trasladó a Trapezo, donde enseñó y bautizó a muchos conversos, así como ordenó a sacerdotes. Lo mismo hizo también en Laziki, en donde innumerables griegos y judíos se convirtieron a Cristo. Luego se decidió ir a Jerusalén, no sólo por la fiesta de Pascua que se acercaba, sino porque deseaba ver a su hermano Pedro. También tenía gran deseo de ver al apóstol Pablo, de quien sabía que iba a ser el apóstol ante los gentiles. Así, regresó a Efeso con San Juan el Teólogo, a quien le había tocado trabajar en esa ciudad; pero cuando llegó a dicho Jugar, recibió una revelación de Dios instruyéndole ir y predicar el Evangelio en Bitinia. Inmediatamente partió a la ciudad de Nicea, en donde enseñó a muchos griegos y judíos y realizó milagros, llegando estos a convertirse a Cristo. Allí también, sanó al instante a muchos enfermos y con su bastón de hierro, el cual llevaba el emblema de la cruz, expulsó a algunas de las bestias salvajes que agobiaban a las personas y mató a otras bestias de esa clase. Por otra parte, destruyó los cimientos de los templos paganos dedicados a las falsas deidades Afrodita y Artemisa.
Entre tanto, los griegos que se habían resistido a las enseñanzas del apóstol fueron poseídos por malos espíritus, los cuales entraron en ellos y los atormentaron como justo pago por su obstinación y descreimiento; estos quedaron tan vejados que comenzaron a morderse su propio cuerpo. No obstante, Andrés, como discípulo de Quien había llegado para salvar a los pecadores, se apiadó de ellos y expulsó a los demonios de ellos; entonces, oh milagro, ellos comenzaron a creer y se bautizaron. El apóstol se quedó dos años en Nicea, ciudad para la cual ordenó a un sacerdote. Después se trasladó a Nicomedia, que era una ciudad populosa, donde bautizó a griegos; antes de trasladarse a Calcedón, cercano a Proponto; a Escutari, cerca de Bizancio; y, finalmente, a Neocastra, en donde convirtió y bautizó a muchos. También viajó a Pontoheráclea; y de allí, a Amastrida, ciudad de la provincia de Bitinia, y sus alrededores. Luego de ordenar allí a sacerdotes, viajó a Sinope, ciudad de Ponto, a donde se dice que su hermano Pedro fue a verlo. Hasta hoy, los cristianos de Sinope muestran dos tronos de mármol en donde, según afirman ellos, — se sentaron estos apóstoles. Ellos muestran también un antiguo Icono del santo apóstol Andrés que hace milagros.
Pero antes que llegara Andrés, ya había ido a Sinope el apóstol Matías, uno de los doce, quien fue escogido para tomar el lugar de Judas. Pero apenas hubo comenzado a predicar en esa ciudad, fue encarcelado. Cuando el apóstol Andrés llegó y oyó que su condiscípulo estaba en la prisión, rezó por su bien, entonces los grilletes con que Matías estaba atado se soltaron al instante y se abrió el portón de la prisión, de donde salió libre. Sin embargo, por ese tiempo Sinope estaba poblado por gente feroz y descreyente. Cuando vieron que Andrés había vulnerado la firmeza de su prisión, lo rodearon; algunos pedían quemar la casa donde permanecía, otros planeaban cómo lo tomarían. Finalmente, lo agarraron de las manos y pies y, empujándolo, lo condujeron por el camino, golpeándolo entre tanto sin piedad. Al salir de la ciudad, lo arrojaron a un lugar lleno de estiércol, confiando en que hubiese muerto a causa del maltrato. Sin embargo, el apóstol soportó pacientemente todos estos abusos, emulando a su maestro, Cristo. Entonces, el Señor no permitió que su discípulo continuara en mal estado y padeciendo de esta manera, por lo cual se le apareció para sanarlo y exhortarle a tener buen ánimo. A pesar que esta gente bárbara le habían roto al apóstol los dientes y cortado los dedos, éste recuperó completamente su salud. Después de bendecirlo y pedirle que no cesara en sus esfuerzos para enseñar y convertir a los impíos, el Salvador ascendió a los cielos.
A la mañana siguiente, el apóstol regresó muy temprano a Sincope; lleno de salud, sin ningún rastro de heridas o golpes en su cuerpo y con un semblante lleno de gozo y alegría. Los habitantes del lugar se maravillaron enormemente por la resistencia sobrehumana y por el gran milagro que había obrado Cristo; porque estaban convencidos de la muerte del apóstol. Pero ahora, todos vieron que sus heridas desaparecieron durante la noche, por lo cual se arrepintieron y se postraron ante Andrés, pidiéndole perdón. Entonces él les enseñó la palabra de la verdad y los bautizó en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, porque ellos aceptaron la fe cristiana y creyeron en el salvador y redentor de su cuerpo y su alma. En esa ocasión, el santo apóstol realizó un maravilloso milagro. Cierta mujer, cuyo único hijo había sido asesinado por un enemigo, se postró ante el apóstol, confesando su creencia en Cristo con todo su corazón y toda su alma. Apiadado, el santo resucitó a su hijo de entre los muertos, a fin que el recién convertido pudiera conocer al verdadero Dios. Al ver esto, todos los demás también se convirtieron.
Después de ordenar sacerdotes, el divino apóstol visitó por segunda vez Amiso y Trapezo, para bautizar a las pocas personas restantes que habían renunciado a su falsa concepción. De paso a Samósata, fue a Neocesárea, en donde muchos griegos se consideraban a sí mismos como los hombres más sabios de la tierra. No obstante ello, la sabia predicación del apóstol cortó el razonamiento helénico de sus rétores como si fuera una tela de araña, mostrándoles su engaño; entonces ellos se convencieron tanto por las palabras como de los milagros del santo y todos se arrepintieron y recibieron el bautismo. Después, se trasladó a Jerusalén para reunirse con los demás apóstoles y celebrar la Pascua cristiana. Allí convocaron a un sínodo, el cual es mencionado en el libro de los Hechos de los Apóstoles, según señala el divino evangelista Lucas: "Entonces se reunieron los apóstoles y los ancianos para considerar este asunto (sobre si era necesario circuncidar a los conversos)" (Hechos 15:6).
Después de la fiesta de Pascua, el santo Andrés, acompañado por los apóstoles Matías y Tadeo, partió hacia la ciudad de Corasán, en la región colindante con Mesopotamia. Andrés, sin embargo, se quedó con ellos sólo por unos días, dejándolos para que predicasen en esa región; en tanto que él continuó hacia el oriente del Mar Negro, a Alani y los Abasgianos. En las ciudades de estos lugares, convirtió a muchos a la fe cristiana. Después visitó los pueblos de Cigi, Bósforo y los estrechos de Kafa; en donde se quedó por mucho tiempo predicando y enseñando a todos, por lo cual muchos comenzaron a creer en Cristo y se bautizaron. Su siguiente centro de actividad fue la ciudad de Bizancio, en donde realizó muchos milagros e instruyó a muchos en el conocimiento de Dios. En realidad, el pueblo de Bizancio no solamente abrazó la luz de la verdad, sino que edificó incluso una imponente iglesia en honor a la santísima Madre de Dios. El apóstol consagró como obispo de ese lugar a Estaquio, uno de los setenta apóstoles, a quien San Pablo menciona en su Epístola a los Romanos (ver Romanos 16:9). Posteriormente viajó a la cercana Heráclea de Tracia, que está situado al oeste de Bizancio, convirtiendo allí a muchos hacia la fe ortodoxa y ordenando como obispo a Apeles.
Posteriormente, realizando labores apostólicas y pasando penurias al difundir el evangelio de Cristo, Andrés viajó por Ponto, a orillas del Mar Negro, y luego por Sitia y Quersones. Gracias a la Divina Providencia, llegó al río Dnieper en la tierra de Rusia; deteniéndose en la orilla del mismo, bajo las colinas de Kiev, se quedó a descansar allí. Cuando despertó en la mañana, les dijo a sus discípulos que lo habían acompañado: "Creedme, en estas colinas brillará la gracia de Dios. Aquí habrá una gran ciudad y el Señor edificará muchas iglesias e iluminará toda la tierra rusa con el sagrado bautismo." Después subió a la cima de las colinas, en donde, después de bendecirlas, plantó una cruz, profetizando que los habitantes de ese lugar recibirían la fe de la sede apostólica que él había establecido en Bizancio.
Luego de visitar por las ciudades rusas que quedaban hacia el norte, en donde ahora se encuentra Novgórod el Grande, viajó a Roma. Después se trasladó a la región griega de Epiro y a Tracia, lugares en donde reafirmó a los cristianos en su fe y ordenó obispos y guías para ellos. Habiendo pasado por muchos países, llegó hasta el Peloponeso y en la ciudad acayana de Patras se hospedó donde cierto respetable hombre llamado Sosio. Lo levantó de su lecho de enfermo y luego convirtió a toda la ciudad de Patras a Cristo.
Por esa ocasión, Maximilia, quien era mujer del procónsul Egeates, cayó presa de una dolorosa aflicción a los ojos. A pesar de visitar a todos los médicos, no se mejoró en nada con las recetas de éstos y lo único que consiguió fue gastar casi todo su caudal en honorarios y medicamentos. Egeates, viendo el manifiesto empeoramiento de su esposa, cayó en la desesperación, porque ni con su gran riqueza podía comprar la salud de ella. Cuando Maximilia ya estaba cerca de morir, él quedó tan abatido que comenzó a pensar en suicidarse.
Uno de sus parientes, sin embargo, se acordó del apóstol, porque éste le había curado las manos antes; entonces fue apresuradamente en busca de su ayuda para la mujer de su amo. Cuando el santo llegó, éste le colocó la mano sobre ella y le devolvió la salud de inmediato, pudiendo ella levantarse de su lecho.
Viendo Egeates este milagro, trajo una gran suma de dinero y se la colocó a los pies del santo. El se arrodilló para rogarle que aceptara el ofrecimiento en gratitud por la curación; pero el apóstol, deseando sólo el arrepentimiento de la gente de Acaya y Patras, rechazó el dinero y cualquier otra recompensa. Le dijo a Egeates: "Nuestro Maestro ha dicho: de gracia recibisteis, dad de gracia" (Mateo 10:8), y después le enseñó muchas cosas más antes de partir.
Cuando pasaba por la ciudad, encontró en su camino a un paralítico que había sido privado de sus miembros. Su infortunio era realmente grande, porque nadie se preocupaba de él ni se apiadaba de su estado. Pero el apóstol se conmovió y le colocó su mano derecha encima del desdichado; éste se levantó y comenzó a caminar. a causa de esto, el nombre del santo se hizo conocido por toda la ciudad. Muchos de los enfermos acudían donde él y se postraban ante sus pies; y él los sanaba a todos. A los ciegos los sanaba mediante la imposición de manos; otros sufrían de lepra o de otras horribles enfermedades, pero él los purificaba y sanaba. Por otra parte, a todos los conversos los bautizaba en el mar, en el nombre de la santísima Trinidad. Por esos tiempos, en las afueras de la ciudad había leprosos que vivían en las arenas; cuando éstos supieron del santo Andrés, comenzaron a creer y se sanaron de su mal. Uno de ellos, que se llamaba Job, fue bautizado y después siguió al apóstol por todas partes, proclamando a viva voz el poder del santo y de la fe cristiana, como si fuese un heraldo. Gracias a la enseñanza de Andrés y a sus numerosos milagros, los habitantes de Patras llegaron a conocer al Dios verdadero. El santo se regocijó por esto y se puso extremadamente contento por la salvación de estas almas y siguió glorificando a Dios, el dador de todas las cosas buenas.
Los mismos cristianos demolieron los templos de los ídolos y destruyeron las imágenes que había en estos. Algunos de ellos juntaron un gran tesoro y lo pusieron a los pies de Andrés. El apóstol de Cristo rechazó su ofrecimiento, pero reconoció su atención y buena voluntad. A los que reunieron los caudales, les ordenó distribuirlos entre los pobres y los mendigos, pero dejando una parte para la construcción de la iglesia a donde los cristianos pudiesen entrar para glorificar a Dios. Con el tiempo se edificó una magnífica iglesia, a donde todos acudían para escuchar las dulces enseñanzas del santo, cuando éste les hablaba del significado de las escrituras y las sagradas profecías, demostrando que Cristo era el único Dios, el cual descendió de los cielos y se encarnó a través de la santísima Madre de Dios y la siempre Virgen María, para la salvación de la humanidad.
Poco después, el mencionado procónsul Egeates viajó a Roma para informarle al César sobre su administración y recibir de éste más instrucciones. En su ausencia, dejó como regente a su hermano Estrátocles, quien era un hombre sabio y se dedicaba a las matemáticas. Como éste vivía en Atenas, durante su viaje a Patras, uno de sus fieles siervos, a quien él quería como a un hermano por ser sensible y sincero, sufrió un violento ataque epiléptico, ocasionado por la acción de los demonios. El muy angustiado Estrátocles comenzó a llorar, porque ningún médico era capaz de ayudar al infortunado. Al saber esto su cuñada Maximilia, lo invitó a su casa, donde le dijo: "Cuñado, es imposible que tu siervo se sane, ni siquiera con todas las ayudas de los médicos y todas las medicinas de este mundo. En realidad, estás perdiendo tu dinero en vano. Sin embargo, en la ciudad tenemos a un médico de fuera, llamado Andrés, quien cura todas las enfermedades y no cobra nada. Si quieres, ve donde él. Confío en que curará de inmediato a tu siervo de esta penosa enfermedad. Yo misma estuve gravemente mal, pero no pudieron salvarme ni siquiera una miríada de sacrificios a los dioses ni ningún médico o medicina; sin embargo, este médico me sanó inmediatamente solamente mediante su palabra." Entonces el sabio y erudito Estrátocles de Atenas mandó a llamar al santo, y cuando éste apenas entró en la casa, oh milagro, los demonios se alejaron y el siervo recuperó su salud. Cuando Estrátocles y Maximilia vieron el milagro, repudiaron sin demora su antigua impiedad y comenzaron a glorificar al Dios verdadero, convirtiéndose en cristianos. Ellos fueron bautizados por el apóstol y se unieron a él para siempre, deseando escuchar cada palabra y enseñanza de la fe cristiana.
No mucho después, Egeates regresó de Roma. Maximilia quería evitar toda relación con su esposo descreyente, pero era imposible guardar para siempre su secreto. Ciertos eunucos y otras personas entonces le dijeron a aquél: "Desde el día de tu partida a Roma hasta ahora, ella no ha tomado sus alimentos, y ha seguido más bien un estricto ayuno. Ella blasfema contra nuestras deidades, prefiriendo adorar al Cristo que el extranjero Andrés anuncia. La verdad que su pensamiento y su corazón están fijos en ese Dios y sólo en Él." Egeates se quedó perplejo y atónito al oír esto; de inmediato los demonios se apoderaron de él y comenzó éste a actuar como si hubiera perdido la razón, profiriendo insultos y amenazas contra el apóstol del Señor. Luego ordenó a su guardia arrestar al santo, en tanto que urdía la manera cómo le daría muerte.
Pero a la medianoche, Estrátocles fue a buscar a Maximilia y ambos fueron apresuradamente a la prisión donde se encontraba el santo, bajo la vigilancia de los centinelas de Egeates. El santo los hizo entrar cuando escuchó el suave toque de la puerta; adentro, los dos se postraron a sus pies, implorando al apóstol que los fortaleciera y los apoyara en la fe verdadera de Cristo. El santo Andrés le aconsejó extensamente y después procedió a ordenar a Estrátocles como obispo de la Antigua Patras. Luego de bendecirlos y enviarlos en paz, él cerró la puerta de la celda mediante el poder de su oración, quedando tan firme como si estuviese con llave. Después se sentó, esperando pacientemente el juicio del perverso Egeates. Entretanto, el procónsul se convenció que era imposible compartir la alcoba con Maximilia, a pesar de sus ruegos y amenazas; por eso, Satanás se apoderó de su corazón y lo cegó de rabia, y al apóstol lo hizo atar a una cruz. Este acontecimiento lo describen los sacerdotes y los diáconos de la tierra acayana de la manera siguiente:
"Todos nosotros, sacerdotes y diáconos de la iglesia de Acaya, estamos escribiendo sobre el sufrimiento del santo apóstol Andrés, el cual vimos con nuestros propios ojos, a todas las iglesias de los cuatro vientos. La paz sea contigo y con todos los que creen en Dios, perfecto en la Trinidad: el verdadero Dios Padre, el verdadero Hijo engendrado, el verdadero Espíritu Santo que proviene del Padre y descansa en el Hijo. Esta fe la aprendimos del santo Andrés, el apóstol de Jesucristo, cuyo sufrimiento, del cual fuimos testigos presénciales, estamos describiendo.
"El antipatro Egeates, cuando llegó a la ciudad de Patras, intentó obligar a los creyentes de Cristo a ofrecer sacrificios a los ídolos. Pero el santo Andrés, apareciendo ante él en el camino, le dijo: "A ti, que erez juez de hombres, te conviene reconocer a tu Juez que está en los cielos y, reconociéndolo, adorarlo; y adorando al verdadero Dios, alejarte de las falsas deidades."Egeates le contestó: "¿Eres tú ese Andrés que destruye los templos de los dioses y seduce a la gente hacia esa mágica religión que sólo recién apareció y que los emperadores de Roma han ordenado extirpar?"
"El santo Andrés le replicó: "En realidad, los emperadores de Roma no reconocen lo que el Hijo de Dios, que bajó a la tierra para la salvación del hombre, dijo a nosotros: Estos ídolos no sólo no son dioses, sino que son demonios inmundos, llenos de maldad con la raza humana, que enseñan a los hombres a odiar a Dios y hacerlo alejar de ellos para que no los escuche. Y cuando Dios se aparta de ellos de ira, los demonios los retienen para hacerlos sus esclavos y engañarlos, hasta que sus almas emerjan desnudas de su cuerpo, poseídas de la nada excepto sus propios pecados."
"Egeates le dijo entonces: "Cuando Jesús predicó estas fábulas y vacías palabras, los judíos lo clavaron a la Cruz." Pero Andrés le replicó: "Oh, si pudieras sólo comprender el misterio de la Cruz, cómo el Creador de la raza humana, en su amor por nosotros, voluntariamente soportó los sufrimientos en la cruz; porque El sabía ya que iba a padecer; profetisó su resurrección al tercer día; en la cena mística anunció que iba a ser traicionado, hablando tanto del futuro como del pasado; y fue por voluntad propia al lugar donde seria entregadoa manos de los judios."
Me asombra, exclamó Egeates — que una persona inteligente como tú sigas a alguien que fue crucificado; lo mismo es si fue voluntaria o involuntariamente. El apóstol le contesto: ‘Grande es el misterio de la cruz; y si te dignaras en escuchar, te lo contaría. Egeate le replicó: "Eso no es ningún misterio, sino sólo la ejecución de un malefactor." Pero el santo Andrés le respondió: "Este misterio es la ejecución de la renovación del hombre; sólo dígnate en escucharme pacientemente. "Lo haré, — le contestó; pero si no haces lo que te ordeno, te haré aplicar el mismo misterio de la cruz." El apóstol le contestó: "Si temiera a la crucifixión, nunca glorificaría la cruz." Egeates le dijo: "Si en tu insanidad alabas a la cruz, en tu audacia no temes a la muerte." El apóstol le replicó: "No temo a la muerte, no por audacia, sino por mi fe; porque preciosa es la Muerte de los santos y funesta es la muerte de los pescadores. Quiero que escuches lo que tengo que decir sobre el misterio de la cruz, para que, reconociendo la verdad, creas; y al creer puedas ganar tu alma." Pero Egeates le dijo: "Tú buscas un alma perdida. ¿Está realmente mi alma perdida como para que ordenes encontrarla mediante la fe? ¿No sé cómo?"
"El santo Andrés le respondió: "Esto es lo que puedes aprender de mí: Te mostraré dónde se pierde el alma de los hombres, para que puedas reconocer la salvación de ella, la cual se ha hecho a través de la cruz. El primer hombre trajo la muerte al mundo a través del árbol de la desobediencia; y fue necesario para la raza humana que esa muerte sea abolida mediante el árbol del sufrimiento. Y como el primer hombre, que trajo la muerte al mundo mediante el árbol de la desobediencia, fue moldeado de tierra pura e inmaculada, entonces era digno que Cristo, el hombre perfecto que al mismo tiempo es el Hijo de Dios que formó al primer hombre, naciera de la Virgen pura, a fin que pudiera restituir la vida eterna que perdieron todos los hombres; y como el priiner hombre pecó, extendiendo sus manos hacia el árbol del conocimiento del bien y del mal, fue digno para la salvación del hombre que el Hijo de Dios extendiera también sus manos hacia la cruz, debido a la incontinencia de las manos de los hombres, y que para la dulce fruta del árbol prohibido tomara la amarga hiel."
"Egeates le respondió: "Di esas cosas a quienes te escuchen. Pero si no me obedeces y si te niegas a ofrecer sacrificios a los dioses, ordenaré que te claven a la cruz que glorificas, luego de haberte hecho azotar con garrote." Andrés le respondió: "Todos los días ofrezco al único, Verdadero y Omnipotente Dios no el humo del incienso, ni la carne de bueyes, ni la sangre de cabras, sino el Inmaculado Cordero que fue ofrecido como sacrificio en el altar de la cruz. Todos los creyentes fieles comulgan de su purísimo Cuerpo y participan de su Sangre, aunque este cordero permanezca entero y vivo, aun cuando sea verdaderamente sacrificado; todos ellos comen realmente su Carne y beben su Sangre, aun cuando, como digo, él siempre permanezca entero, inmaculado y vivo."
Entonces Egeates le dijo: "¿Cómo puede ser una cosa así?" Andrés le respondió: "Si deseas aprender, hazte discípulo a fin que puedas saber lo que preguntes." Egeates le replicó: "Te sacaré esa enseñanza con la tortura." el apóstol le respondió: "Me asombra que un hombre educado como tú, hable irreflexivamente. ¿Podrías aprender de mí los misterios de Dios torturándome? Ya has escuchado hablar sobre el misterio de la cruz y también sobre el misterio del sacrificio. Si llegaras a creer que Cristo, el Hijo de Dios que fue crucificado por los judíos, es el verdadero Dios, te revelaré cómo él vive después de haber muerto y cómo permanece entero en su reino después de haber sido ofrecido como sacrificio y comido."
"Entonces Egeates se enfureció y mandó echar al apóstol a la cárcel. Cuando fue enviado a una mazmorra, de todas partes vino mucha gente en su defensa e intentó matar a Egeates y liberar a Andrés de su reclusión. Pero el santo Andrés se los prohibió, y les dijo reprendiéndolos: "No convirtáis la paz de nuestro Señor Jesucristo en un tumulto diabólico; porque cuando nuestro Señor Jesucristo fue entregado a la muerte, Él mostró una gran paciencia. Él no contradijo, ni clamó, ni su voz fue oída en las calles. Entonces, vosotros debéis también guardar silencio y permanecer tranquilos. Os prohibo ofrecer ninguna oposición a mi martirio, pero sí preparaos como buenos atletas y guerreros de Cristo, a soportar pacientemente toda clase de heridas y torturas en vuestro cuerpo. Si vais a tener que temer tormentos, temed sólo a los que son eternos y sabed que los terrores y amenazas de los hombres son únicamente como el humo: apenas se aparecen, se esfuman. Si vais a tener que temer los sufrimientos, temed sólo a los que comienzan pero que nunca terminan. Los sufrimientos pasajeros, cuando son insignificantes, se soportan fácilmente; y cuando son grandes, terminan rápidamente, liberando el alma del cuerpo. Pero terribles son los sufrimientos eternos. por eso, estad preparados para pasar, mediante los sufrimientos pasajeros, al gozo eterno, donde os regocijaréis, floreceréis y reinaréis con Cristo."
El santo se pasó así la noche entera enseñando a la gente. A la mañana siguiente, Egeatas mandó a llevar a Andrés al tribunal, donde aquél se encontraba y le dijo: "¿Te has resuelto abandonar esta necedad y a dejar de anunciar a Cristo para que puedas compartir nuestra felicidad en esta vida? Porque sería Una gran locura ser torturado y quemado voluntariamente." Pero el santo le replicó: "Preferiría compartir tu felicidad si creyeras en Cristo y rechazaras los ídolos; porque El me ha enviado a esta tierra, donde he ganado para El a no poca gente."
"Entonces Egeates le señaló: "Te haré sacrificar, para que los que han sido engañados por ti puedan abandonar la vanidad de tu enseñanza y ofrezcan sacrificios que agraden a los dioses; porque no hay ciudad en Acaya donde ellos no hayan abandonado los templos de los dioses. Por eso, resulta necesario que se les devuelva, a través tuyo, el honor concedido a ellos, para que las deidades a quienes tú enfureciste, se apacigüen y tú puedas permanecer con nosotros en amor fraterno. Y si no, por deshonrarlos, serás sometido entonces a diversas torturas y serás colgado en una cruz, igual como el que tu glorificas."
El santo replicó a esto: "¡Escucha, oh fruto de la muerte, condenado al tormento eterno! ¡Escucha a este siervo del Señor, apóstol de Jesucristo! Hasta ahora he conversado contigo humildemente, queriendo enseñarte la santa fe, para que tú, como persona inteligente, puedas reconocer la verdad y, rechazando los ídolos, adorar al Dios que vive en los cielos. Pero como sigues obstinado y te imaginas que voy a tener miedo a tus torturas, sométeme a las más terribles torturas que conozcas; porque cuanto más agrade a mi Rey, más penosos serán los tormentos que soportaré por El."
Entonces Egeates ordenó hacer extender al santo y luego azotarlo. Y después de alternarse siete veces quienes lo azotaban, tres por vez, lo hicieron poner de pie al santo y lo llevaron ante el juez. Entonces este le dijo: "Escúchame, oh Andrés, no derrames en vano tu sangre; porque si no me obedeces, te haré crucificar en una cruz."
A este el santo respondió: "Yo soy esclavo de la cruz de Cristo y deseo morir en una cruz. Tú puedes escapar del tormento eterno si, luego de haber probado mi resistencia, creyeras en Cristo; porque tu condenación me duele más que mis propios sufrimientos. Mis padecimientos se acabarán en un día, o a lo mucho en dos; pero los tuyos no se terminarán ni después de mil años. Por eso, no aumentes tus tormentos; ni enciendas en ti el fuego eterno."
Furioso, Egeates ordenó entonces crucificar al santo, con sus manos y pies atados. No quiso hacerlo clavar para que no muriera pronto; porque pensaba que colgándolo atado, podría someterlo a mayores torturas.
Cuando los siervos del tirano lo llevaron al lugar de crucifixión, la gente se agolpó, gritando: Como ha pecado este justo hombre y amigo de Dios? ¿Por qué lo quieren crucificar? Pero Andrés instó a la muchedumbre a no estorbar su sufrimiento; y se fue caminando alegremente hacia su tormento, sin detener un momento su enseñanza. Cuando llegó al lugar de crucifixión, divisó a cierta distancia la cruz que le habían preparado, y exclamó en voz alta: "¡Regocíjate, oh cruz, santificada por la carne de Cristo y adornada con sus miembros como perlas! Hasta que el Señor fue crucificado sobre ti, fuiste algo abominable para los hombres; pero ahora ellos te aman y te abrazan con anhelo: porque los fieles saben del gozo que contienes y de la recompensa que es ofrecida por soportarte. Con valor y alegría voy hacia ti. Acéptame con júbilo, porque soy discípulo del que fue suspendido sobre ti. Recíbeme, porque siempre he querido y deseado abrazarte; oh preciosa cruz, que resibiste de los miembros del Señor el bello y glorioso adorno, belleza largamente deseada y ardientemente querida, que yo busqué sin cesar. Tómame de entre los hombres y entrégame a mi Maestro, para que el que me redimió a través de ti, pueda recibirme.’
Diciendo esto, se quitó su vestimenta y se la dio a sus torturadores. Estos lo subieron a la cruz y le ataron los pies y las manos con cuerdas; así lo crucificaron con la cabeza hacia abajo y lo suspendieron. a su alrededor se agolpó toda una muchedumbre de alrededor de veinte mil personas, entre los que se encontraba Estrátocle, hermano de Egeates, que exclamaba junto con la demás gente, diciendo: Injustamente sufre así este santo. Pero Andrés fortalecía a los que creían en Cristo y les exhortaba a soportar los sufrimientos pasajeros, enseñando que ningún tormento puede compararse con la recompensa ganada mediante éste.
Después la gente fue a casa de Egeates, donde le exclamó: "Este honorable santo y sabio maestro, bondadoso, bueno y humilde, no debe sufrir y debe ser bajado de la cruz; porque, a pesar que ya es el segundo día que está allí, sigue enseñando la verdad."
Entonces Egeates sintió temor e inmediatamente fue junto con ellos donde estaba Andrés para sacarlo de la cruz. Al verlo el santo, le dijo: "¿Por qué razón vienes aquí, Egeates? Si deseas creer en Cristo, el portal de la gracia te será abierto como te lo prometí. Pero si vienes solamente a bajarme de la cruz, no quiero salir de ésta vivo; porque ya estoy viendo a mi Rey, ya lo estoy adorando, ya estoy ante El. Pero estoy sufriendo por ti, porque la eterna perdición preparada para ti te está esperando. Cuídate mientras puedas, a menos que desees comenzar citando ya no puedas hacerlo así ***
Cuando los siervos fueron a desatarlo de la cruz, no pudieron tocarlo; muchos otros trataron de hacerlo, uno tras otro, pero tampoco pudieron, porque sus manos se entumecieron. Entonces el santo Andrés gritó con fuerza: "Oh Señor Jesucristo, no permitas que me bajen de la cruz en la que he sido suspendido en Tu nombre; si no más bien recíbeme, oh Maestro, a Quien he amado, a Quien he conocido, a Quien confieso, a Quien deseo ver, por Quien me he vuelto como soy. Oh Señor Jesucristo, recibe mi espíritu en paz, porque me ha llegado el momento de ir donde Ti, y mirarte a Ti, a quien he deseado tan fervorosamente Recíbeme, oh buen Maestro, y no permitas que me bajen de la cruz antes que tú recibas mi espíritu."
Cuando dijo todo esto, del cielo vino una luz como de relámpago que lo iluminó ante la vista de todos y brilló a su alrededor, de modo que los ojos del impuro no lograron verlo. Esta luz celestial brilló a su alrededor por el espacio de medía hora y cuando desapareció, el santo apóstol entregó su espíritu y partió en medio de la brillante luz, para permanecer delante del Señor.
Cuando Andrés hubo partido donde el Señor, Maximilia, mujer de noble linaje y virtuosa y santa vida, con gran honor postró su cuerpo y, luego de embalsamarlo con costosos ungüentos, se echó en la tumba donde trató de enterrarse.
Egeates se enfureció con la gente, y se puso a planear cómo infligir venganza en ellos y castigar a quienes lo habían abiertamente desafiado. En cuanto a Maximilia, quería denunciarla ante el emperador. Pero en eso, un demonio repentinamente se posó en él y comenzó a atormentarlo; a causa de ello, Egeatos murió en el medio de la ciudad. Citando su hermano Estrátocles se enteró de esto, ordenó que lo enterraran; pero él no tocó nada de la propiedad de éste, diciendo: "Oh mi Señor Jesucristo haz que no toque nada de los tesoros de mi hermano para no mancharme con su pecado; porque él, por amar los vanos bienes se atrevió a matar al apóstol del Señor." Por eso, decidió distribuir todas las riquezas de su hermano a los pobres y los indigentes; y con el mismo dinero, hizo construir una casa diocesana en el lugar donde reposan las reliquias del santo. Con el tiempo, él también descansó como buen pastor del rebaño dotado de razón. Maximilia, asimismo, distribuyó su oro a los pobres; y en un lugar separado, fundó dos monasterios, uno para hombres y otro para mujeres. Después de haber vivido una vida buena y agradable a Dios, ella también partió a las mansiones del cielo.
"Esto ocurrió el último día del mes de noviembre, en la ciudad de Patras, en Acaya, donde desde entonces el pueblo es beneficiado con muchos favores, gracias a las oraciones del apóstol. El temor a Dios estaba en todos y no había nadie que no creyera en nuestro Dios y Salvador, aquel que quiere salvar a todos los hombres y llevarlos al conocimiento de la verdad, a Quien sea para siempre la gloria. Amén."
Después de muchos años, las reliquias del apóstol Andrés fueron trasladadas a Constantinopla por el mártir Artemio, por orden del santo emperador Constantino el Grande, donde fueron guardadas en un relicario junto con las de los santos evangelistas Lucas y Timoteo, discípulo del santo apóstol Pablo, en la más espléndida iglesia de los apóstoles, dentro del altar.
Mediante las oraciones de tu apóstol, oh Cristo Dios, afirma en la ortodoxia a tus fieles siervos y salvanos a todos nosotros. Amén.
Tropario, Tono 4: Como el primer llamado de los apóstoles y hermano del líder, tú. Andrés, suplica al maestro de todos que la paz sea conferida al mundo, y a nuestras almas la gran misericordia.
Contaquio, Tono 2: Alabemos al sinónimo de coraje, que nos habló de Dios, el seguidor de la iglesia, el hermano del líder Pedro, pues como antaño hoy nos dice también: «Venid, hemos encontrado el Deseado».
Megalinario: Del coro apostólico del Señor, oh bendito, tú fuiste el primero en ser llamado y en seguirlo. Con tu santo hermano, oh Andrés, dejaste a todos para predicar a Cristo a todas las naciones, para que todos pudiesen alabar Su Nombre.
LECTURAS
En Vísperas
1 Pe 1,3-9: Hermanos, bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final. Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas.
1 Pe 1,13-19: Queridos míos, ceñid los lomos de vuestra mente y, manteniéndoos sobrios, confiad plenamente en la gracia que se os dará en la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis a las aspiraciones que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. Al contrario, lo mismo que es santo el que os llamó, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta, porque está escrito: Seréis santos, porque yo soy santo. Y puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, la de Cristo.
1 Pe 2,11-24: Queridos míos, como a extranjeros y peregrinos, os hago una llamada a que os apartéis de esos bajos deseos que combaten contra el alma. Que vuestra conducta entre los gentiles sea buena, para que, cuando os calumnien como si fuerais malhechores, fijándose en vuestras buenas obras, den gloria a Dios el día de su venida. Someteos por causa del Señor a toda criatura humana, lo mismo al rey, como soberano, que a los gobernadores, que son como enviados por él para castigo de los malhechores y aprobación, en cambio, de los que hacen el bien. Porque esa es la voluntad de Dios: que haciendo el bien tapéis la boca a la estupidez de los hombres ignorantes. Como personas libres, es decir, no usando la libertad como tapadera para el mal, sino como siervos de Dios, mostrad estima hacia todos, amad a la comunidad fraternal, temed a Dios, mostrad estima hacia el rey. Que los criados estén, con todo temor, a disposición de los amos, no solo de los buenos y comprensivos, sino también de los retorcidos. Pues eso es realmente una gracia: que, por consideración a Dios, se soporte el dolor de sufrir injustamente. Porque ¿qué mérito tiene que aguantéis cuando os pegan por portaros mal? En cambio, que aguantéis cuando sufrís por hacer el bien, eso es una gracia de parte de Dios. Pues para esto habéis sido llamados, porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia.
En Maitines
Mt 4,18-23: En aquel tiempo, paseando Jesús junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
En la Liturgia
1 Cor 4,9-16: Hermanos, a nosotros, los apóstoles, Dios nos coloca los últimos; como condenados a muerte, dados en espectáculo público para ángeles y hombres. Nosotros unos locos por Cristo, vosotros, sensatos en Cristo; nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros célebres, nosotros despreciados; hasta ahora pasamos hambre y sed y falta de ropa; recibimos bofetadas, no tenemos domicilio, nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; nos insultan y les deseamos bendiciones; nos persiguen y aguantamos; nos calumnian y respondemos con buenos modos; nos tratan como a la basura del mundo, el desecho de la humanidad; y así hasta el día de hoy. No os escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros. Porque os quiero como a hijos; ahora que estáis en Cristo tendréis mil tutores, pero padres no tenéis muchos; por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús. Así pues, os ruego que seáis imitadores míos.
Jn 1,35-51: En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)». Al día siguiente, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe le contestó: «Ven y verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?». Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Fuente: Arquidiócesis de Santiago y Todo Chile (Patriarcado de Antioquía y Todo el Oriente) / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española