Viernes de la VII Semana de Lucas. Lecturas


Col 4,10-18: Hermanos, os saluda Aristarco, que está preso conmigo, y Marcos, el primo de Bernabé. Ya tenéis instrucciones sobre él: en caso de que vaya a visitaros, recibidlo. Y también Jesús, por sobrenombre Justo. Estos son los únicos judíos que trabajan conmigo por el reino de Dios, y han sido un alivio para mí. Os saluda vuestro Epafras siervo de Cristo Jesús. Con sus oraciones no cesa de luchar en favor vuestro para que os mantengáis constantes y perfectos cumplidores de toda voluntad de Dios. Yo soy testigo del mucho trabajo que se toma por vosotros, y también por los de Laodicea y Hierápolis. Os saludan Lucas, el querido médico, y Demas. Saludad a los hermanos de Laodicea, a Ninfa y a la Iglesia que se reúne en su casa. Cuando hayáis leído vosotros esta carta, haced que se lea también en la Iglesia de Laodicea, y la de allí, leedla también vosotros. Decid a Arquipo que considere el ministerio que recibió del Señor, y que lo cumpla. El saludo, de mi mano: Pablo. Acordaos de que estoy en la cárcel. La gracia esté con vosotros. Amén.


Lc 12,2-12: Dijo el Señor a sus discípulos: «Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis en la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digáis al oído en las recámaras se pregonará desde la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os voy a enseñar a quién tenéis que temer: temed al que, después de la muerte, tiene poder para arrojar a la gehenna. A ese tenéis que temer, os lo digo yo. ¿No se venden cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno solo de ellos se olvida Dios. Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pájaros. Os digo, pues: todo aquel que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios, pero si uno me niega ante los hombres, será negado ante los ángeles de Dios. Todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre podrá ser perdonado, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española