Las liturgias que se celebran en la Iglesia bizantina son distintas y heterogéneas: algunas se dirigen a toda la asamblea de los fieles; otras, sólo a uno o dos de sus miembros; unas se celebran todos los días a una hora fija; otras, según las solicitan los fieles.
La celebración de la Iglesia bizantina presenta consigo misma un esquema desarrollado, que tiene que ver con toda la vida del cristiano y le confiere un ritmo bien delimitado. En cada etapa del camino de la vida, en cada momento difícil, la Iglesia busca santificar con los sacramentos y con las oraciones. Aparte de esto, la celebración constituye el discurrir de un tiempo eclesiástico especial. La vida del cristiano no avanza según los días del calendario, sino según las festividades eclesiales. Y para la festividad se nos prepara: la esperamos, la conmemoramos. En las festividades más importantes, la Iglesia prepara a sus miembros con largos ayunos: la Cuaresma finaliza con la Pascua, el ayuno antes de la Asunción y antes de Navidad precede a las respectivas solemnidades; no sucede así con el llamado ayuno de Pedro, la memoria de los apóstoles Pedro y Pablo. De esta forma, el tiempo terrestre natural se transforma y llega a ser patrimonio de la historia sagrada.
La liturgia según el ciclo diario y semanal
Las celebraciones de la ortodoxia están estrechamente ligadas a los “ciclos del tiempo”. Tenemos tres ciclos: diario, semanal y anual. La celebración del ciclo diario está formada por una serie de servicios litúrgicos que coinciden con un tiempo del día determinado. La cuenta del día litúrgico se inicia por la tarde, porque las festividades eclesiales comienzan en la vigilia con respecto a la fecha del calendario; por ejemplo, la misa dominical, en la tarde del sábado.
El primer servicio litúrgico del día eclesiástico son las vísperas; tras ellas, tenemos la oración de la noche, la oración de medianoche, las laudes y las oraciones de las horas prima, tercia, sexta y nona. La oración de la hora prima nació tardíamente, mientras que la de las horas tercia, sexta y nona (respectivamente, a las 9, a las 12 y a las 3 de la tarde) ya eran momentos de oración en las celebraciones veterotestamentarias, y sólo más tarde han adquirido el nuevo sentido y contenido. En la cima de la jornada litúrgica se encuentra la liturgia divina, que se celebra habitualmente antes de la hora sexta (después de las 12). La liturgia divina está compuesta de partes invariables, es decir, fijadas para siempre, y de partes variables que corresponden al día respectivo de la semana y del año.
De este modo, cada celebración tiene un tema litúrgico continuo. En vísperas, el tema es la espera del Salvador; el canto central de la oración de medianoche está dedicado a la segunda venida de Cristo; el tema de las laudes, al encuentro con el Mesías. Durante la oración de la hora prima (a las seis de la mañana) se recuerda el inicio de la jornada; durante la oración de la hora tercia (a las nueve de la mañana) se recuerda el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles; durante la de la hora sexta (al mediodía), la crucifixión de Cristo, y durante las de la hora nona (a las tres de la tarde), la muerte de Cristo.
Los oficios del “ciclo diario” incluyen tres ciclos: el vespertino, que está compuesto por la hora nona, las vísperas y la oración de la noche; el matutino, compuesto por la oración de medianoche, la de la hora prima (a las seis) y las laudes, y el del día, compuesto por la oración de la hora tercia (a las nueve), la de la hora sexta (a las doce) y la divina liturgia. Los servicios litúrgicos del ciclo diario constituyen el fundamento de todo cuanto reciben las celebraciones, y sus partes invariables, como regla, de la Sagrada Escritura. La participación en las oraciones comunes en el templo debería completarse con la oración “en las celdas”, es decir, la personal, y con la lectura de algunas oraciones especiales para las horas matinales y vespertinas de la jornada.
El “ciclo diario” de la liturgia se completa con el “semanal”. El primer día de la semana, el domingo (el día en el cual, según la traducción literal del término en lengua paleoslava, “no se hacen cosas mundanas”) se dedica a la Resurreción de Cristo. La liturgia divina del domingo se celebra muy solemnemente y casi nunca se suspende. También otros días de la semana tienen su “dedicación”: el lunes se recuerda a los Ejércitos Incorporales (el mundo de los ángeles); el martes, a Juan el Bautista; el miércoles y el viernes, a la Cruz de Cristo; el jueves, a los santos apóstoles y a san Nicolás; y el sábado, a todos los santos y difuntos. El miércoles y el viernes son días de ayuno: en estos días sólo pueden comerse alimentos vegetales.
El ciclo litúrgico anual
El más amplio y desarrollado es el ciclo litúrgico anual. Lo componen dos tipos de festividades: las fijas y las movibles. Las primeras son fijas para un día del año concreto, las otras dependen de la fecha de la Pascua, que se celebra cada año según un calendario solar y lunar bien delimitado.
El año litúrgico comienza el 1 de septiembre (entre paréntesis se muestran las fechas según el calendario nuevo). En la iglesia se celebra el año nuevo en este día. De todas las demás solemnidades, se destacan las 12 más importantes:
8 de septiembre: la Natividad de la Santa Virgen María, Madre de Dios, solemnidad en honor del milagroso nacimiento de la siempre Virgen María de sus ancianos padres, san Joaquín y santa Ana. Festividad que se celebra desde el siglo V.
14 de septiembre: se conmemora la Exaltación de la Cruz. Para este día, la Iglesia prescribe el ayuno severo. La festividad está dedicada a los acontecimientos del siglo IV, cuando santa Elena -considerada "igual a los apóstoles"- encontró en Jerusalén la Cruz del Señor. En este día, en el templo se celebra un rito especial de adoración de la Cruz.
1 de octubre: la Protección de la Virgen María. Esta festividad no se incluye en el ciclo de las doce festividades más importantes, pero se la considera "grande". En el siglo X, durante el asedio de Costantinopla por los sarracenos (musulmanes), el loco de Dios Andrei -durante la vigilia nocturna- vio a la santísima Virgen María extender su omoforión (manto que cubre la cabeza y los hombros) sobre los cristianos. La visión infundió valor a los griegos, y el enemigo fue rechazado. Los cristianos piden a la Virgen María que los defienda con su Manto-Protección.
Del ciclo de las doce festividades también forma parte la Presentación de la Virgen María en el templo, fiesta que refiere el momento en que los padres de María llevaron a su hija de tres años al templo de Jerusalén para dedicarla desde entonces plenamente a Dios. En este día, en los cantos litúrgicos se recuerda con mayor frecuencia la inminente festividad de la Natividad de Cristo. Los primeros vestigios de la festividad de la Presentación de la Virgen María en el templo proceden del siglo VII, y la fiesta como tal se celebra el 21 de noviembre.
El 15 de noviembre se inicia el ayuno navideño, que precede a la más importante festividad de las consideradas fijas: la Natividad y el Bautismo del Señor. En la antigüedad, ambos acontecimientos se conmemoraban juntos; hasta hoy han conservado muchas cosas en común en la celebración litúrgica y se unen entre ellos a través de un tiempo particular al que se denomina “días santos”. El nombre antiguo de estas dos fiestas es Epifanía, porque conmemoran el nacimiento de Cristo de la Virgen María y su bautismo por Juan el Bautista en las aguas del Jordán, y los cristianos festejan la venida de Dios al mundo, la venida de Dios que quiere salvar al hombre. Después de que las dos festividades fueran divididas, sólo el Bautismo del Señor recibe el nombre de Epifanía, ya que fue durante el bautismo de Jesús cuando se produjo la revelación de la Santísima Trinidad: la voz del Padre dando testimonio del Hijo, el Hijo sumergiéndose en las aguas del Jordán y el Espíritu Santo en forma de paloma descendiendo sobre Él. La festividad de la Natividad de Cristo se conmemora desde el siglo III.
25 de diciembre: la Natividad de Cristo, y 6 de enero: el Bautismo del Señor (Epifanía). En estos días se hace una celebración mucho más solemne que en las otras fiestas fijas. En la vigilia de ambas festividades se conmemoran dos días especiales: la Vigilia de Navidad y la Vigilia de Epifanía, para las cuales se prescribe un ayuno muy severo y sólo se puede comer socivo (grano con miel). En cambio, durante los días que hay entre las dos festividades -durante los Días Santos- se suspende el ayuno.
En este período se conmemora también una gran fiesta: la Circuncisión del Señor, el 1 de enero.
2 de febrero: la Presentación del Señor. Este acontecimiento se describe en el evangelio de Lucas (2,21-39). La siempre Virgen María y José, el justo, llevaron al Niño Jesús, a los 40 días de su nacimiento, al templo de Jerusalén. Allí se encontraron con Simeón, un anciano justo y piadoso, al cual Dios le había prometido que no moriría antes de ver al Mesías. Simeón tomó en sus brazos al niño y pronunció unas palabras que hoy se han convertido en oración (canto fijo de las vísperas): “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz...”. La fiesta se conoce desde el siglo III.
La Anunciación a la Virgen María se festeja el 25 de marzo. En el evangelio de Lucas se narra que el arcángel Gabriel se apareció a la Virgen con el anuncio de que había sido elegida como Madre del Hijo de Dios, cuya concepción sería obra del Espíritu Santo. La Virgen María aceptó con humildad la voluntad de Dios. En la antigüedad, esta fiesta recibía el nombre de Día de la Encarnación. San Juan Crisóstomo la llamaba la “raíz de las fiestas”.
Entre las grandes festividades tenemos aún la Natividad de Juan el Bautista, que se festeja el 24 de junio y el día de la memoria de los santos apóstoles Pedro y Pablo, el 29 de junio. También a esta última festividad le precede el ayuno, llamado ayuno de Pedro. Conviene recordar en este momento que cada día la Iglesia festeja la memoria de algún santo, pero como día de esta memoria se considera el de su santa muerte o bien cuando se consiguieron sus reliquias. La iglesia festeja como días de nacimiento sólo el de Cristo, el de su Madre siempre Virgen y el de Juan, el Precursor.
El 1 de agosto se inicia el ayuno que precede a la Asunción, y el 6 de agosto se festeja la Trasfiguración del Señor. Se conmemora el relato evangélico en el que Cristo, tomando consigo a los apóstoles Pedro, Juan y Santiago, subió a lo alto del monte Tabor y se transfiguró ante sus ojos, mostrándoles su gloria divina. En este día se bendice en el templo la fruta que ya está madura (en la tradición rusa son las manzanas). La festividad de la Trasfiguración del Señor se conoce desde el siglo IV.
La última festividad del ciclo de las doce del año litúrgico es la Asunción de la Santísima Virgen María, que se conmemora el 15 de agosto. Ya en el siglo IV este día era conmemorado por todos. La muerte de la Virgen fue silenciosa y clara. La Iglesia le ha dado el nombre de dormición (Dormitio). La Madre de Dios fue sepultada por los apóstoles en el jardín de Getsemaní. El apóstol santo Tomás no estuvo presente en aquel momento y cuando, tres días después, volvió a Jerusalén, como no había podido despedirse de la Virgen, abrieron sólo para él la tumba y la encontraron vacía. La tradición de la Iglesia atestigua que la Virgen María fue llevada en cuerpo y alma por su Divino Hijo al Cielo. Ahora la Madre de Dios se ha convertido en la Reina del Cielo y ruega ante el trono de Dios por toda la humanidad.
El 29 de agosto se conmemora la última de las grandes festividades: la Decapitación de Juan el Precursor. Juan el Bautista fue muerto durante un banquete en honor del cumpleaños de Herodes, tetrarca de Galilea. La celebración de este día tiene una especial concentración: es un día de ayuno severo. Como día especial, la Decapitación de Juan Bautista ya era conmemorada por sus discípulos.
Cuaresma y Pascua
Las festividades movibles de la Iglesia bizantina constituyen dos ciclos: cuaresmal y pascual. El ciclo cuaresmal incluye en él los tres domingos que preceden a la Cuaresma misma (y que sirven de preparación), la Cuaresma y la Semana Santa.
En el tiempo preparatorio de la Cuaresma comienza a cambiar el aspecto de los servicios litúrgicos y siempre resuenan más los cantos que llaman a la penitencia. En este período, durante las misas se conmemora el Juicio Final, las parábolas del publicano y el fariseo y del hijo pródigo. El último día antes del inicio de la Cuaresma la celebración se dedica a la expulsión de Adán y Eva del paraíso. Así la Iglesia aviva en sus hijos el anhelo de Dios y el deseo de conversión. Antes de comenzar la Cuaresma, en la vigilia, se celebra un rito del perdón, durante el cual los miembros de la comunidad se reconcilian los unos con los otros, por lo que este día se llama Domingo de Perdón.
Las celebraciones cuaresmales se realizan según normas especiales y se distinguen de las demás por su severidad y concentración. Después de cada celebración, se lee una oración del venerado Efraín el Sirio. Su contenido está dedicado a la acción más importante y central de la cuaresma: cambiar y mejorar el alma del hombre, algo que sólo es posible gracias a la ayuda de Dios.
Durante la Cuaresma, la Eucaristía sólo se celebra el sábado y el domingo. El miércoles y el viernes se celebra una liturgia de adoración de las Santas Especies, durante la cual se puede comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, reservados en la última misa.
Todos los domingos de Cuaresma tienen sus temas litúrgicos.
El primer domingo se llama “Triunfo de la ortodoxia”. La iglesia festeja en este día la victoria sobre la última de las grandes herejías: la iconoclastia. El segundo domingo está dedicado a san Gregorio Palamás, el gran maestro que se pronunció sobre la naturaleza divina de la Luz del Monte Tabor, aquel esplendor que vieron los apóstoles sobre el monte de la Trasfiguración, cuando Cristo se transfiguró ante ellos. El tercer domingo indica la mitad de la Cuaresma y recibe el nombre de "Domingo de la Adoración de la Cruz”. En el cuarto domingo se conmemora al venerado Juan Lestvichnik, y en el quinto a la venerada María de Egipto; los hechos y las vidas de estos santos pueden enseñar mejor que nada la conversión y ayudar al arrepentimiento.
Transcurridas seis de las siete semanas de la Cuaresma, se inicia el tiempo especial de los últimos días previos a la Pascua. El último día de la sexta -penúltima- semana se llama “Sábado de Lázaro”. No mucho tiempo antes de ser crucificado, Jesús resucitó de entre los muertos a Lázaro de Betania, mostrando su fuerza divina y su poder sobre la muerte.
El día siguiente se dedica a la Entrada del Señor en Jerusalén. Cristo sube a Jerusalén, aunque sabe que en esta ciudad le espera la muerte. El pueblo sale al encuentro de Jesús con alegría y solemnidad, saludándole como rey terrestre, sin entender que es el Rey del Cielo. En este domingo se llevan al templo ramos de palma, en recuerdo de que el pueblo extendía estos ramos a los pies de Cristo. En Rusia, en esta época florece sólo el sauce, cuyas ramas se bendicen durante el servicio litúrgico; este día se llama “Domingo de Ramos”.
Comienza la Semana Santa. El Miércoles Santo se conmemora la traición de Judas, uno de los apóstoles, que decidió vender a Cristo a sus enemigos por 30 denarios. El jueves es el día de la Última Cena, durante la cual fue constituido el sacramento de la Eucaristía. En este día todos los cristianos comulgan el cáliz eucarístico. El viernes se celebra una liturgia denominada “Seguir la pasión del Señor”. En este servicio litúrgico se leen 12 lecturas del evangelio, dedicadas a las últimas horas de la vida de Jesucristo: la Última Cena, la oración en el huerto de Getsemani, el beso con el cual lo traicionaba Judas, el juicio, la condenación a morir en la cruz, la flagelación, la muerte en la cruz y el descendimiento.
El Sábado Santo es un día grandioso, en el que Cristo, aun cuando su cuerpo se encuentra en el sepulcro, con el alma desciende a los infiernos y los vence, liberando a cuantos estaban allí. La liturgia en este día no es aún pascual, pero ya está iluminada por la luz de la fiesta inminente.
En la noche de Pascua se hace una procesión que parece llevar a todos hacia la tumba, al encuentro del Señor resucitado. La celebración del primer día de Pascua lo es también de toda la Octava Pascual y está llena de ímpetu, alegría y exultación. Un infinito número de veces se repite la antífona de Pascua: “Cristo ha resucitado de entre los muertos, con su muerte ha vencido a la muerte y ha dado la vida a todos los que estaban en los infiernos”.
El domingo después de Pascua se conoce como Antipascua (“en lugar de la Pascua”) y también como “Domingo de Tomás”. En este día Cristo se ha aparecido a sus discípulos y ha convencido de su resurrección al apóstol Tomás, que estaba lleno de dudas.
El tiempo de Pascua continúa hasta la Ascensión, que se conmemora en el cuadragésimo día. Cristo ha ascendido al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Ha ordenado a sus discípulos que no se alejen de Jerusalén hasta que el Consolador -nes decir, el Espíritu Santo- no descienda sobre ellos, acontecimiento que se consuma el día de Pentecostés. Los apóstoles, sobre los que ha descendido el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego, han recibido dones y carismas, y han comenzado a predicar a Cristo, dirigiéndose a miles de personas. En Rusia, esta festividad se llama también la “Trinidad”.
Cumpliendo el mandamiento de su Maestro, los apóstoles han predicado en muchas partes del mundo; gracias a su obra, la Iglesia de Cristo crecía y se fortalecía. El domingo que sigue al de Pentecostés se llama “Domingo de todos los santos”.
Fuente: Orthodox World
Adaptación propia