El templo bizantino es un mundo complejo, en el que se puede aprender a orientarse. El santuario se encuentra en la parte oriental del templo, porque Cristo es la luz del mundo. Esta parte oriental del templo es símbolo también de Tierra Santa, Belén, Nazaret, Jerusalén, donde nació, vivió, murió y resucitó Cristo. La forma del ábside del santuario es semicircular y recuerda una gruta. La tradición cristiana venera dos grutas: la de Belén, en la que nació Cristo, y el Sepulcro del Señor, en el cual colocaron el cuerpo de Cristo tras bajarlo de la cruz, y del cual surgió en la resurrección, destruyendo los cepos de la muerte. La parte occidental del templo, opuesta a la oriental, simboliza la puesta del sol, y allí, en el atrio que se encuentra en esta parte occidental del templo, es donde están los penitentes y los no bautizados.
El templo y sus pinturas forman un libro destinado a ser leído. Es necesario leer este libro de arriba a abajo, porque el templo viene de lo alto, del cielo. Y su parte superior se llama “cielo”, mientras que la inferior es “tierra”. El cielo y la tierra forman el cosmos (palabra griega que significa “adornado”, “bello”). Realmente, dentro del templo se pintaba en todas las partes donde se podía, incluso en los ángulos que el ojo no podía ver. Las pinturas se realizaban cuidadosamente y con belleza, porque el principal espectador de todo es Dios, Omnividente y Omnipotente. Su imagen se encuentra en la misma cúpula, en el punto más alto del templo. En la tradición bizantina, a Dios se le representa bajo la forma de Jesucristo Pantocrátor. En la mano izquierda lleva el libro y con la derecha bendice al Universo.
Pasando de la cúpula a la parte central del templo se encuentran superfices semiesféricas, en las que se pinta a los cuatro evangelistas, que llevan del cielo a la tierra la Buena Noticia a través del evangelio. Las bóvedas y los arcos unen el cielo con la tierra. En las bóvedas se representan los acontecimientos esenciales de la historia evangélica; en los arcos, los apóstoles, los profetas, los santos y todos aquellos que ayudan a los hombres en su ascender al cielo. Los muros del templo se pintan con los temas de la historia sagrada: el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, las vidas de los santos, hasta la historia de un país, un territorio o una ciudad determinados. El círculo temático parece a primera vista limitado, como si se repitiera; a pesar de ello, ninguna iglesia es igual a otra: en cada una el esquema pictórico es original.
Puede decirse que el templo bizantino es una enciclopedia. En cada templo está presente toda la historia de la humanidad, desde la caida de Adán y Eva hasta los tiempos contemporáneos, hasta los santos del siglo XX. El culmen de la historia del mundo y la cima del universo es el Gólgota, el lugar donde fue crucificado Jesucristo, donde se cumplió el sacrificio de la cruz y donde se realizó su victoria sobre la muerte en la Resurrección. Todo esto está concentrado en la parte oriental del templo, allí donde se encuentra el santuario. El prólogo y el epílogo del mundo se encuentran en la parte opuesta del templo, en el muro occidental: aquí se pueden ver las escenas de la creación del mundo, el paraiso donde las almas de los justos se encuentran en la bendición. A menudo, el muro occidental está ocupado por las escenas del Juicio Final; así, al salir del templo por la puerta occidental, el hombre tiene la posibilidad de acordarse de la hora en que acabará su vida terrestre y en la que cada uno acudirá a juicio. Sin embargo, al mismo tiempo, el Juicio Final no debería asustar tanto al hombre, sino hacerle recordar que es responsable de la vida que ha vivido.
El templo es el cosmos que abraza a todos los que han vivido, viven y vivirán: todos ellos coexisten en el plan de Dios sobre el mundo. Las bóvedas del templo están sostenidas por fuertes pilares, en los que están representadas las figuras de los santos: los mártires, los guerreros, aquellos que habitualmente reciben el nombre de “pilares de la Iglesia”. Con sus acciones heróicas sostienen el edificio espiritual de la Iglesia, del mismo modo que el templo se apoya sobre pilares. En los declives de las ventanas están pintados los santos monjes. Los muros de los templos paleorrusos eran muy gruesos, se formaban superficies muy extensas para permitir la realización de grandes pinturas. Por lo general, figuran los venerables padres del desierto, los fundadores de monasterios, los maestros de espiritualidad. Las ventanas del templo tienen la función de los ojos: son fuente de luz, a través de las cuales el templo mira el mundo. Así, estas personas benditas y veneradas son los “ojos de la Iglesia”: miran el mundo y ven lo invisibile, lo que está oculto para otros.
En el ábside muchas veces se representa a la Virgen María como Orante. Debajo, en la segunda fila de iconos, aparece habitualmente una escena de la Eucaristía: Cristo sacerdote dando la comunión a los apóstoles. La hilera más baja de las pinturas del santuario la ocupan los padres de la Iglesia: los teólogos, los fundadores de la liturgia, los autores sacros, los maestros: todos cuantos constituyen el fundamento intelectual de la Iglesia. Entre ellos vemos a los santos Juan Crisóstomo, Basilio Magno, Gregorio el Teólogo, Nicolás de Mira...
Las figuras de los santos se pintaban en los muros de los templos directamente a la altura de las personas que se encontraban en la iglesia. Con ello se resaltaba que en la celebración participan los santos: están presentes -de manera invisible- entre nosotros.
La luz en el templo
El símbolo de la unión de lo terrestre con lo celeste se representa mediante la fusión de las dos fuentes de luz que hay en el templo: la luz que se derrama desde lo alto (la parte inferior de la cúpula) y la luz que viene de abajo, de las velas y lámparas, que simbolizan la oración de los fieles.
En la acción que se lleva a cabo en el templo la luz desempeña la parte del dirigente: precisamente, de la luz depende en gran parte cómo se percibe el espacio del templo y todo cuanto lo llena y se realiza en él. Durante las celebraciones vespertinas, la luz se suele apagar, dejando el templo en penumbra. Esto simboliza al mundo, inmerso en las tinieblas hasta la venida de Cristo. Durante las celebraciones de la mañana, el sacerdote proclama: ¡Gloria a Ti, que nos has mostrado la luz!, y se encienden los grandes candelabros que cuelgan del techo, se encienden las velas y el templo se llena de luz. En cambio, para las grandes festividades, especialmente para la Pascua, el templo se inunda de rayos de luz.
La celebración de la Resurrección de Cristo se inicia el sábado, en plena noche, en plena oscuridad. Precisamente a medianoche, los sacerdotes comienzan a cantar en el santuario las alabanzas pascuales junto con los fieles. Se encienden las velas que lleva en la mano cada uno de los presentes en la iglesia. Y así, de una vela a otra se pasa la llama viva, y el templo se llena de cientos, de miles de llamas pequeñas que se funden en un río de fuego que no deja de moverse, que gira en procesión en rededor de la iglesia. Resuena la voz del sacerdote: ¡Cristo ha resucitado! y miles de voces responden con alegría: ¡Verdaderamente ha resucitado! En la iglesia se encienden todos los candelabros, para que haya la más luz posible. La Resurrección de Cristo la celebra la Iglesia como la victoria sobre la muerte, sobre el mundo de las tinieblas y del pecado. La Pascua es una fiesta de luz.
El sonido en el templo
El sonido es muy importante en el cosmos del templo. La acústica de los templos no suele ser igual para todos. En los templos de madera, para reforzar las posibilidades acústicas, metían en los muros recipientes y ánforas para aumentar el número de superficies esféricas que pudieran reflejar el sonido. Por esto la voz, incluso la que no es muy fuerte, se oye bien aquí. El templo bizantino está orientado para la voz humana, y orientado, como todo el universo, para el hombre.
El único instrumento musical del templo bizantino es la campana. Los Padres de la Iglesia preferían la voz humana, por considerarla el instrumento más perfecto creado por Dios. Pero las campanas perduraron. Al principio, su función era del todo secundaria: llamar a los fieles a la oración. Las campanas, que parecen naturales para la tradición bizantina, proceden, en cambio, de Occidente; mientras que el órgano, el inevitable instrumento de la celebración romana, fue llevado a Europa desde Bizancio, donde se tocaba habitualmente en la corte del emperador. Las campanas más grandes se usan pocas veces, sólo en momentos solemnes o trágicos. En el campanario del templo bizantino cuelgan diferentes campanas de distintas medidas. Existe la tradición de anunciar mediante la polifonía de las campanas, cuando el campanero pone en movimiento una decena de campanas y cada una de ellas suena por separado, pero los sonidos se basan en una única armonía de alegre júbilo.
En la celebración bizantina no puede faltar el coro. El canto en la Iglesia no tiene acompañamiento instrumental, tal como la Iglesia Romana lo tenía en la época primitiva. El canto del coro es, en cierto sentido, una escuela espiritual para el hombre, que somete su voz al sonido del coro. Así el hombre aprendía la armónica coordinación de su mundo espiritual con el de las demás personas y, en definitiva, con todo el universo, creado por Dios de acuerdo con las reglas de la armonía.
La parte musical de la celebración, como todas las demás, no tiene sólo un significado estético, sino también un sentido profundo que ayuda a comprender con más intensidad la esencia de la fe recta. Aquí las palabras y la melodia se unen mutuamente de forma muy estrecha, por ello los Padres de la Iglesia enseñaban: “Que tu voz cante, y que tu mente reflexione diligentemente sobre el canto”. El contenido de los cantos eclesiales tendría que ajustarse por completo a la dogmatica, a los fundamentos de la fe. Muchos cantos desempeñan el mismo papel que las pinturas del templo: explican, enseñan la Verdad.
Fuente: Orthodox World
Adaptación propia